LA ASOCIACION ineludible, su influjo es perenne, envuelve y ro dea al hombre, actuando sobre él como el ambiente átodo ser vivo... Y aun prescindiendo de esta acción educadora inconcreta y difusa de la comunidad social, hay órganos especiales, que sin ser propiamente pedagógicos educan de un modo positivo. Sirva de ejemplo bien cualificado el Ejército Nque, aunque tiene por fin principal la defensa -de la patria, realiza mediante el servicio obli gatorio una función educadora verdaderamente popular. Cuántas veces habremos oido decir todas estas frases para diferenciar en una aldea respecto de sus convecinos á un mozo instruido, diligente, disciplinado y de buenas maneras:— «Cómo se conoce que este muchacho ha esta do en el servicio >. Cosa análoga puede decirse de la acción educadora que ejerce sobre el hombre adulto el grupo de amigos con quien más intima", la peña áe\ café que recuenta, el casino ó el club, la partida de tresillo, el Ateneo, la Academia, ej orfeón, el comité político, la institución benéfica, en que pasa parte del dia, etc., etc. Si todo esto no es pedagogía social y si e] estudio de esta acción educadora no comprende á las ciencias sociales, me declaro con entera sinceridad absolutamente desorientado. Función educadora de la familia Así, por ejemplo, yo creo que responde á un perjuicio de sistematización y encasillamiento de la función pedagógica, suponer que la familia es cronólogicamente el primer órgano social donde se educa el niño. ¿Y por qué no se ha de considerar como el último y más alto centro pedagógico donde el hombre completa su educación? Aquel modo autoritario con que en Roma se entendía la píz/rá potestad como institución á que el hijo estaba sometido, tiene su equivalente en la manera exclusivista de considerar la función educativa de la familia con relación al niño Pero ¿es que la familia no es un elemento de educación, tanto para los niños... como para los padres} Hace falta ser célibe y aún solterón recalcitrante para deseo nocer hasta qué punto los hijos educan á sus ■padres. No se trata sólo de aquellas pulcritudes de conducta que se imponen al jefe de una fa milia cuando se da cuenta de la eficacia insus íituible del ejemplo, que ya es bastante si se compara con el desarreglo y despreocupación de quien vive libre de esa gran responsabilidad. Es que la vida de la familia determina á veces crisis espirituales, cambios de orientación en I vida, modificaciones en la conducta que equi! Valen á una reeducación. Mirando superficialmente los fenómenos so cíales y sin acabarnos de quitar la roña del derecho romano nos vemos inclinados á creer que los hijos son siempre educadores de sus padres, pero meditad bien los que lleváis algunos años peleando en la vida, y si consideráis que la plenitud de la personalidad no se alcanza con el máximum de derechos, sino con al máximum de deberes, llegaréis á comprender que un espíritu cultivado que llega á saborear los jugos éticos de una existencia cuajada de preocupaciones y plena de responsabilidad, forzosamente ha de sentirse obligado y deudor de sus propios hijos, de esos pobres angelitos á quienes el malthusianismo egoista cierra, cobarde, el camino de la Vida, comprometiendo el porvenir y la existencia de la comunidad harto necesitada de una reacción vigorosa de aquel optimismo cristiano que llama á los hijos fruto de bendición.. Permitidme, señores, que ponga punto final á este deslabazado discurso, en que (lo vuelvo á repetir con sinceridad y con remordimiento) me he atrevido á disertar acerca de un tema superior á mis luces y á mi preparación. Yo no tengo autoridad, ni siquiera derecho para formular conclusiones, pero sí puedo atreverme á haceros una sencilla pregunta: ¿no creéis que la Pedagogía puede considerarse como una ciencia social? Antonio Royo Villanova. Comentarios á un discurso Lamentóse «El Debate»#que el Sr. Royo Villanova, al posesionarse de la Dirección general de Primera enseñanza, dijera que era liberal romanonista y que la enseñanza debía ser nacional, porque ála nación, como á todas las regiones, interesa que los individuos que la inte gran tengan el mayor caudal posible de cultu ra, y añadia el culto articulista de «El Debato que el Sr. Royo con sus «imprudentísimas palabras» se había enemistado con los más sanos, elementos del país y con los maestros públicos, y que tal conducta sólo perturbación y daños generales y graves puede producir.