* Caudad humildad da ^eáúé an la nacA& dd la C&na Como se acercase el tiempo de la gràcia y de la misericordia, en el cual tenia Jesucristo determinado poner en ejecución sus divinos planes para redimirnos, no con oro ni con plata, que aunque el hombre los tenga como metales preciosos son cosas corruptibles* sino con su preciosa sangre, quiso, de puro y verdadero amor, antes que la cruel muerte le apartase de sus discípulos, hacer con ellos una célebre Cena. Y viendo que porque se acercaba su Pasión g Muerte se afligían grandemente, como era tan compasivo, los consoló diciendo «no se turbe vuestro corazón, no os dejaré huérfanos, yo me voy pero me quedaré con vosotros hasta la consumación de los siglos.* Y así la caridad inagotable de su amantísimo corazón en esta noche dichosa inventa el más estupendo, el más grandioso, el más consolador de los Misterios. El se va, pero se queda. Durante la Cena había dicho repartiendo el pan que tenia en sus divinas manos y bendiciendo el cáliz, TOMAD Y COMED: ESTE ES MI CUERPO. TOMAD Y BEBED: ESTA ES MI SANGRE, LA CUAL SERA DERRAMADA PARA REMISION DE TODOS LOS PECADOS (S. Mateo, Cap. XXVI. vers. 26 y 27). Las promesas enigmáticas que hiciera en muchas ocasiones, tienen exacto cumplimiento. Aunque El se vaya, se queda entre nosotros como único alimento que puede saciar a las almas; desde entonces, al decir de San Agustín, si dignamente lo recibimos, no mudamos nosotros éste Divino Manjar en nuestra sustancia, antes bien El nos muda y nos transforma en sí y nos hace semejantes a Dios de una misma naturaleza con El. ¡Oh poder de Dios, que pudo dar enteramente en manjar su soberana Divinidad, su Cuerpo perfecto, y su Alma santa a todos los hombres bajo las especies de pan! ¡Oh sabiduría de Dios, que ordenó estas cosas en tal forma para nuestro bien y remedio! ¡Oh incomprensible bondad de Dios que por nuestro bien hace una tan alta obra de caridad! ¡Oh pan, digno de ser deseado y de que todos lo adoren y reverencien, que sustentas el alma y estimulas el corazón del hombre, Sacramento de Amor en el que se recibe a Jesucristo verdadero Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero Hombre, que es una misma Naturaleza con el Padre y con el Espíritu Santo! Durante esa misma noche la Majestad del todo poderoso Dios se derribó hasta la tierra y el Señor de los Señores a cuyo nombre se inclinan las rodillas de todo el universo, se hincó de rodillas ante todos y cada uno de aquellos rudos pescadores lavándoles los pies en una jofaina en la que había echado agua y sectíndoseles con la toalla con que estaba ceñido (S. Juan. Cp. XII, vers. 4 y 5). Humildad grande la de Jesús más aún si tenemos en cuenta que el Salvador no solo quiso lavar y besar los pies de sus amigos, sino también los del traidor Judas a pesar de saber que lo había vendido por treinta dineros de plata. ¿Por qué no se enciende el corazón del hombre en amor a Jesús? ¿Por qué no se mueve a devoción, considerando con cuanto amor y deseo se ha abrasado aquel poderoso Rey de Gloria y Señor de toda Majestad para con nosotros sus viles criaturas que no somos sino polvo y ceniza?