Página 2 El Mañana 28 febreiv ¡I i n í V I 6T25 8V50 90 60 99'70 SS'SO se'oo 68'00 84*50 89'75 75*00 97*50 86*75 585*00 158*00 72*25 109'00 135'CO 125*00 825*00 470*00 400*00 93*^0 100*55 110*25 83*40 98*35 ¿fectos oúttilcQs Interior 4 por 100 noaïado . Exterior 4 oor 100. Aroortiaablrt f. por 100, 1920 » 6 uor 100, 1928. » 6 por 100, 1927. 6 por :00, 1928. • 5 por 100, 1927 libra. ... . AmorílMiDlP S por 100, 1928. t 4 por 100, 1928. . 4 l/2 por 100, 1928 . . t 4 por 100, 190». l^erroTiarla por lOCf. . • » 4 % por 100. . • Acclon«»f Buioo da EBua^.fi. Banco Hiipano Amerioano BwolQO Eipaftol dol Rio da la Plata ... . pesetas Aanoararai ordinarias . . . . Telefónluau preíerente» . . . % ordinariai. . . . Petróleo» loiivo* peaetas Norteo. ...... * Alioantet v Obitgactonos Oédulai Hipoteoari&e 4 peí 100 -y; ...... d. id. 6 por ...... Id. id. 6 por 100 .. OédnlaB Banoo de Crédito Local 6rpor 100 ... Id. id. id. id. BVa Por 100 • Id. id. id. id. 6 por 100 ... • Oonfederaoidn Sindical Hi- árogrñfloa del Ebro, 6 por 100 ... Id. id. id. id. 8 por 100. , . . Traiatlántioa 8 por 100, 1920. • 6 por 100, 1922. Moneda extranjera Franooi. 3770 Francos suizos 185*10 Libras 46*70 Dollar» 9'71 Liras, . . . . 50*35 Facilitada por el Banco Hispano Ame- ficam,\ Historias antiguas El 27 de julio de 1361 se desa rrolló delant í de las murallas de la dudad de Wisby, en Gotland (Suècia), una tremenda batalla. El rey Waldemar de Dinamarca, que sitió la ciudad, dispuso el asalto y la conquistó. Miles de guerreros pagaron con su vida la gloria y la fama de su caudillo y los habitantes de Wisby hicieron lo mismo, por sus bienes y sus familias. Los cadáveres de Wisby fueron ebhádos en una gran fosa comú a, fuera de la ciudad. Una cruz indica el sitio y re cuerda la espantosa matanza. Ahora se han hecho excavació ■ nes arqueológicas, y se han encontrado infinidad de esqueletos con armaduras, cascos, [escudos, etcétera; de gran número de ar maduras se sacaron esqueletos de cuerpos femeninos, así es que h^y que rectificar la historia, y no se puede hablar solamente de héroes sino hay que mencionar también a las heroínas, las cuales, sea por por patriotismo, sea por amor al marido, se colocaron en las filas de los combatientes, lanzando ve nablos, disparando flechas o echando agua o aceite hirviendo desee las murallas sobre el enemigo. lUn descubrimiento importante para la ciencia hitsórical LOS PASOS DE LA CONDESA El conde de Sandol tomó su cochr de carreras y se lanzó a una velocidad fantástica por aquella peligrosa carretera que unas veces colgada de lo alto de la mou t.ñay otras deshzáidose por el fondo del valle parecí i solo h . ch \ para expertos volantistas. Corn.t el conde con la visca fija ea «. 1 üo rizante de la carretera esperando divisar d : un mocneiit y a otro el principio üe la curva qai él había el gido para su elimiaacióa, una cur\ra brusca que se abría sobre un profundo precipicio rodeado de agrect^s pedruscos, y que por el número de accidentes se la llamaba «le la Muerte>. La imaginación del de Sandol, en la trágica carrera, se poblaba d 2 horribles dudas. ¿Conseguiría éi con su suicidio ocultar su tragedia? ¿No darían con el verdadero drama toda aquella fjlanjede cortesanos dedicados al continuo rum, rum, como incansables abe jorros, hasta encontrar la cruel verdad? Uno aportaría una sospecha, otro un detalle, un tercero un comentario y así entre verda des y mentiras la trama se iría re construyendo; sería el tema ideal de las conversaciones... ¡No, es ) no! No quería pensar en tal cosa el conde. Además su sacrificio parecería una mueca más de la tra gedia. Pero ¿qué pruebas tenían de la infidelidad de su esposa? Unas palabras sueltas y dichas por una sirvienta: bonito argumento para demostrar un suicidio. Más no. El conde sonrió triste mente. Queiía disculpar a su es posa, pero la realidad era abru madoríí; aun martilleaban sus oí dos la frase «esta noche a las ocho» y todaví i permanecían gra bados en su retina los gestos de alegría ai ausentarse él. ¡Y aún buscaba alguna disculpa! Por un momento hubiera querido ser uno de aquellos ascendientes suyos, cuyas terribles revelaciones le ha bían confiada los viejos pergami nos de su archivo familiar. Entre sus antepasados también hubo quién pecó, pero un Código inñ.xible de raza, había castiga do con la propia mano del agraviado, la injuria. Hoy día, la sociedad no le reconocía el derecho de «vidas y haciendas» pero... ¿no podía vengar también personalmente el agravio? La idea fué tomando incremento hasta consti tuir todo un proyecto: El iria a buscar a su esposa, le haría confesar su horrible falta y luego co mo recurso salvador el acciden te; morirían los dos; se sacrifica ría él, pero tendría la seguridad de que si en épocas posteriores algún pariente hojeaba el archivo, vería como el último Sandol 'hi bía sido digno de su noble estirpe. Con estas reflexiones el conde ha bía pasado la curva de la Muerte y una idea de venganza había sustituí io a su proyecto suicida. Recordó que su jockey habría hecho ya sus investigaciones y decidió telefonearle. Un cafetín que bordeaba la carretera y que (conclusió n) Por A. tenía finalidades muy heterogé neas, según la hora, le sirvió al conde para calmar su impacien í i.. . ; , Paró su coche en la puerta del Ce f ¿tín y se dirigió direcumente a la Cdbia del teléfono. La músici sonaba en s-l saló a y hasta a él llegaban risas y carcaj as confundidas con las estridencias de la música americana, que a él se le antojaba bufonesca parodia de su inconsolable espíritu. Se encerró en la cabina para aislarse de aquella molesta alegría; hiz) girar varias veces la ruedecilla del «auto mático y pronto contestó su comunicado; hablaba con su. jockey: —¿Qué noticias has averigua lo? —interrogó el conde con voz an - gustiosa. —La señora condesa marcha a las ocho al palacio de la marquesa de Miramar. El caso era extraño ¿su esposa a casa de la marquesa de Miramai? La marquesa padecía de gota, dolencia que le retenía casi siempre en cama. —¿Sabes algo más? —interrogó el conde saliendo de sus reflexiones. —No, s.ñor; ignoro conqué fin va la señora condesa, pues de la servidumbre no he podido sac r más que sonrisas. Nada más... ¡Ahí, se me olvidaba: la marquesa ha telefoneado diciendo que , mandara el coche con su sobrino | en busca de la condesa. El sobrino de la de Miramar era un Adonis de la buena sociedad, vivía con su tía la marquesa desde la muerte de su madre. Era un perfecto sporman, alga vano de. saberse guapo y con una leyenda amorosa, tan interesante como discreta que en las reuniones cortesanas las damas describían «de abanico a abanico». Al de Sandol ya no le cabía ninguna duda que el cómplice de de su esposa era el sobrino de la marquesa. Un escalofrío de venganza recorrió todo su cuerpo. Le hervía la sangre. El conde hubiera dado su vida, hubiera permitido emborronar sus blasones con el escándalo, por solo tener a los culpables. Estaba en uno de esos momentos de la vida en que se revela ese hombre sanguinario que todos llevamos, atrepellando clases y razas. Y cada vez más convencido de su infidelidad, el conde se había propuesto apurar el veneno de su deshonor. Procuró serenarse y ordenó a su jockey. —Que salga a mi encuentro el cfiofer, con el coche de ciudad, que lo acompañi un mecánico que retire el coche que yo llevo. Yo me dirijo a la ciudad. El conde tomó su coche y se dirigió a la ciudad más triste que en busca de la muerte: iba en busca de su deshonor. * * * Un elegante automóvil se paró en la puerta principal del palacio de la marquesa de Miramar. En la portezuela se distinguía el escudo de armas de la familia de MORERA (Haroldo) Sandol. D.l auto no desc -idió nadie ¿dónde esc «oa ¿l c^ad ?¿ x piaba desde el interior del coclu? No; las cortinillas estibin levan tid-ís v ^l coa Je no e:a t;»o im prevsjf qus f-use a esúbíéc¿r un es^ion^j i a la viui de t > l )s. A cites de líeg »r al pilado de la marquesa, el de Sandol, deseen dió de su coebe díí'ido órden al chófer para qu; espese en la puertal principal del palacio. ¿Qué prete. día el de Sandol? Sencillamente iotroducirse en íl palacio por la puerta de iscipe que daba al jardín. Alzóse el cuello díl gabán el co jde y bijó el ala del sombrero de fjrma que proyectase sombra en el rostro. La calle estaba desierta. Solo al ganas oarejas caminaban por l penumbra que proyectaban los íiroles. Pensó que la única forma de entrar en el jardí a era saltar la tapia y despuéi de mirar a lo largo de la calle, se metió por la verja, haciendo un ruido seco al caer sobre el follaje del jardín ¿le habrían oído? Pasaron unos minué tos. Nada se oía. D* pronto unas risas lejanas rasgaron la noche-. Procedían del piso segundo del palacio, se veía luz y era... ¡aquello era increíble! en las propias habitaciones de la marquesa. Se precipitó hecho u - vendaval, albergando en su pecho la mayor desesperación, en busca de la puerta de escape del jardín, pero ésta estaba csrrada. ¡Se habían prevenido los infames! Pero no; él llegaría a la habitación como fuese. Un arbusto trepador que se alzaba hasta la ventana le sirvió de escalera y tras largos esfuerzos alcanzó la ventana. Una vez allí dió un fuerte puñetazo; los cristales saltaron en mil fragmento; cesaron las risas; callaron las voces. Fl int rior de la habitación se le ofreció a los ojos del conde con tola su realidad: «En la cámara de la marquesa se había reunido presidida por el obispo la Junta de la Moralidad, para premiar el virtuoso ej-mplo de la joven condesa de Sandol, con una medalla que el papa otorgaba por medio de una bula». El conde se había tirado el gran planchazo. * * * —¿Y qué dijo el conde? Preguntó mi amigmta que había escuchado la narración folletinesca con verdadero interés, y que ahora parecía un poco desilusionada ante la carencia de traiciones, accidentes y desafíos. — No se que diría; pero segurameute no volvería a sentir celos de su mujercita cuya virtud era reconocida por la Smta Sede, ni dedicaría sus jockeys* detectives, que dejaría la política en vista, 'de la no vista de ks elecciones... Lo que si te puedo garantizar es que la frase «a las ocho sin falta» no volvió a repetirlo el teléfono de los condes, pues el de Sandol tuvo un especial cuidado de arrancar todos ios que había en su condal mansión. Nota£mmtares Ea pr.nu^taordiuak , tinos lo han sido desd* ^s. a la de Valencia, el C(>!!ta ^ ( don Eugenio S 'l'és D^i ?aHl1i? j mi nto Inf nterí i de AmV ^ .mero 14 -1 de ig^ cia^,ca^ ücarp. G)nzáitz Prin.ui7 ^ Regimiento de Guadalaia 1 al ¡mero 20 el capitán don Ad u Pocu.ullS.mouryensustit^0 de los mismos son destinado comandantes don Eugenio r 0s llari H.rrera, don Joaquí^6' VUlaloag.yel capitáa don t al H irnándt z Arttaga. Is Para Madrid y Cullera (V,i cia). lehmsído concedidos vei!" ticincodiis de permiso al coman dan te don Eugenio Síllés Dasi Al guardia civil 1/» de estiC mnndancia Francisco Estremera Manía, se le h i concedido 1 mes de prórroga en la licencia que por enf .rmo disfruta en Pj. tarque y Smta Eulalia. Mañana, día t.0 de marzo, las fuerzas de esta plaza pasarán la revista de comisario en la forma acostumbrada ante el alcalde pre. sidente del excelentísimo Ayuntamiento. Los tenientes coroneles de la Guardia civil don Antonio Re. dondo Morón y don José García Fernández han sido destinados el primero a la Comandancia de ¿aragoza y el segundo a la de Teruel. HISTORIAS PINTORESCAS TELEGRAMAS DE PRENSA Traducir un telegrrma no e& más que devolverle el desarrollo con que lo concibió el correspon' sal. Para ello, el periodista necesita documentarse sobre los antecedentes, el lugar y los personajes. Pero, sobre todo, necesita mucho sentido común. Por ejemplo un corresponsal telegrafió. cBarcelona. —Celebróse duelo médico X, concejal Z. Primero disparó veinte pasos; segundo, quince». Y tradujo un redactor: «Barcelona.— Se ha celebrado el duelo pendiente entre el mélico sefipr X y el concejal señor Z. Cuando se dió la orden de disparar encontrábase el primero a veinte pasos del segundo, y e segundo a quince pasos del P^' mero...» Los lectores aun se están Pr ' guntando cómo estando a la m ^ ma distancia estuvieran cada un a tantos pasos diferentes. Otro corresponsal telegrati^ ta nutva: cSevilla.- Verificóse homen^ a Rioja, cantos ruinas Itálica. Y tradujo un redactor: «Sevilla. - Ha P^^0 Jfle0. días en esta población el ero ^ te poeta señor Rioj^. ^ .^. motivo sus entusiastas a res le llevaron a Itálica,h^enaje celebró en su honor un ü r — dedicó^ y a cuyas ruinás I Rioja una poesías ^ cAgAL.