lOiORiFoiomn CtepiUl, ma msi , rOO^peiet»! ■q^afta, on trimtitrt , . . > iteír in J ero, ma ato 41*00 » Kaftana PRECIO: 1 O CENTIMOS Página 8 Teruel, maríes 3 de marzo de 1931 AflolV Núm.e^ DE LA FARANDULA ALABARDEROS Y MORENOS ¿Qué es un «alabardero? Pues un individuo que aplaude en el teatro, le guste o no la obra que se estrena. ¿Qué es un «moreno>? Pues el sujeto que penetra en la sala decidido a «reventar> la comedia, bien porque es amigo del autor o, simplemente, por el gusto de patear, esto es, sin miraspersonales. ¿Y cual es, en fin—metidos ya en definiciones más o menos sofísticas-— el verdadero éxito de un estreno? Pues exactamente, como en aritmética, el valor que media entre las patadas de los «reventadores» y los aplausos de la «claque». Suprimíase en cualquier es treno uno y otro elemento y se obtendrá la verdadera medida de lo que una comedia ha gustado al rúblico. Las representaciones sucesivas de la obra son las que dan esta medida. En el teatro, la ta quilla es el supremo juez. Poco importa que una comedia haya sido furiosamente «machacada»; como no aburra, la gente va a verla. Nada significa. Unos a otros se cuentan lo que es la obra. « Va ya usted, si quiere, pero es una lata». En vista de esto, nadie va. El teatro sin eclaque» y sin «mo renos» será acaso el teatro del pervenir. Una severa disciplina policiaca prohibirá las ovaciones extenporáneas y asimismo que los espectadores exterioricen ruidosamente su desagrado. No dispondrá este de otros signos demos trativos qoe el largo y amplio bostezo o el rápido abandono de la localidad sin acabar la función. Pero, hasta ahora, la concurren cia no se aliene a bostezar a secas o descabezar un sueñecito con h roica indiferencia, sino que opt i por cobrarse de algún modo la decepción sufrida, y solo con una tanda de taconeo y bastoneo se tranquiliza. En cuanto a aban» donar el teatro en el segundo ac to, ni s( ñarlo. Hay que quedarse hasta el final, «hasta ver que pa sa», no en la çbra, sino en la sala. Aui que nirguno lo confiese, irás de un espectador abriga la vaga esperanza de que un tííi linchen si autor. Y esto ya es un aliciente para quedarse. Autores d r«rr áticos hay que, más que de escribir, comedias se preccuphu del recibimiento que h .n de dispensarlas esas dos gran des fuei zas contendientes que se llaman «alabarderos» y «mortnc» Asistir a un estreno de esta indol le es como presei ciar un «match» de boxeo o el encuentro de dos equipos futbolistas. «Ha vencido Bilbio... Uzcudun h\ hecho mi gas a C.^rpentier... «Como el qu·í apur ta a una carta, el autor lo fía todo al trabajo de la «claque», no ííd miedo a qae ( 1 bindo co - tra no t che per tierra la victoria. «Si la «vía que» no mt hubiira dejado solo —exclama alguno— no me ti ran al foso aquella comedia.» No hay que dar demasiada importancia al público «que viene de ufias». ¡Cuántas obras teatrales no han salido sanas y rozagantes de entre las garras de los «mo* renos»! Muchas se hacen centenarias en los carteles y alguna ha habido que, protestada en las primeras escenas, ha ido venciendo, merced a su excelencia, la hosti lidad del senado, acabando por imponerse. Estas son las verdaderas batallas del comediógrafo con los profesionales del «pateo», sin ayuda de la «c aque» ni amigos oficiosos. Los éxitos contrarios, aquellos que se fraguan con la colaboración de unos y otros son, en cambio, poco envidiables. El peor triunfo que puede ca berle a un autor, consagrado o neófito, es que un miembro de la «claque» se retire a su domicilio diciendo para su capote: «No se quejará don Fulano: se ha aplau dido a rabiar; hemos «salvado» la comedú». Y la mayor satisfà c ción, sin duda, el que un «reven tadoi» de oficio o «dilettante», salga del teatro mohino, dispuesto a pegarla en casa con la familia por no haber podido desahogar su bilis con una copiosa pateadura. La «claque» no opina nunca. Los «reventadores» tampoco. Quien únicamente opina acerca de la comedia representada es ese público pasivo, frío, ind^erente, que pocas veces aplaude aunque le encante el espectáculo, y jamás patea aunque le disguste; pero que es, en definitiva, (el único juez inapelable, que emite su juicio del modo más elocuente y senci lio: yendo a ver las obras o absteniéndose de asomar por el teatro. J. Ortíz de PINEDO. \j. . - hibida la reproducción). DIPUTACION LA PERMANENTE Mi ñaña, a la hora de costumbre, se reunirá en sesión ordinaria la Comisión provincial. ün amigo del arbolado Obón. — Como presunto autor de la mutilación de 60 árboles frutales de una finca propiedad del vecino Silvestre Quilez Madre, ha sido denunciado Eduardo Villairoya Camiu, vecino de dichopueblo. Auoqu éste niega ser el autor del h cho, cometido en la neche del 27 del pasado mes, existen indicios que le acusan como tal. Se dió cuenta al juzgado. Contra el aburrimiento W Amiga sle^r^^C^ántas^veces habreiíToído a vuestras amigas y hasta quizá vosotras mismas habréis repetido esta exclamación: ¡Qué aburrimiento tengo! Esta frase es harta frecuente en labios de quien carece de ocupa ción precisa y por eso muchas días se les antojan largos y mo nótenos porque no saben como invertir esas horas, que en cambio son tan cortas para otras mu chas. Sin duda, amables lectoras, esas muchachitas, como todavía no han recorrido los senderos espinosos de la vida, sino que han caminado por alfombra de flores y pocas veces se han lastimado con sus espinas, es decir, que de la vida solo conocen la mejor parte, no se han dado cuenta de que es un crimen pronunciar constantemente la palabra aburrimiento, cuan do hay tantas cosas en que entre tener esas horas «ínter mi aables». Yo, amigas lectoras, voy a permitirme dar un consejo a esas se fioritas eternamente aburridas. Los días laborables, después de pasear y corretear lo que tengan por conveniente, aun les quedará mucho tiempo para entretenerse en hacer labores y sobre todo en confeccionar ropa para los pobres, pues de las 24 horas de que consta el día quitadas ochof para el descanso aun quedan dieciseis para holgar y hacer cosas útiles. Y a los días festivos se les pueden restar unas horas para dedicarlas a la visita de enfermos en los hospitales. ¿No habéis visitado nin guno? La primera vez, amables lectoras, que se penetra en esos lugares el corazón se oprime a la vista de tantas desgracias. Aque líos espaciosos salones llenos de camas a derecha e izquierda ocu padas por los enfermos con el rostro contraído por el dolor conmueven y hasta queda, la que es impresionable, paralizada ante la contemplación del sufrimiento ajeno visto tan de cerca, pero esto, amables lectoras, pronto pasa y se reacciona en seguida pensando en el deber que lleva allí para consolar a los que sufren. |Si todos los que pueden hicieran estas visitas, cómo se mitiga ría el doler ajenel P^brecitos, tan solos, alguaos de ellos, pues las familias, no siempre pueden permanecer a su lado, y tan escasas gentes que se acuerdan de hacerles un rato dé compañía, y de llevarles alguna de esas peque ñeces, que en sí hu ponen muy poco pero que los en fermos agradecen porque vienen de fuera «y siempre el pan ajino es más sabroso». Tanto dinero como se tira en lo innecesario y tan pf quísimo como se da en lo verdaoeramente necesario. Si todos los que se llaman cristianos cumpliesen el último man dato d.í Jesucristo en el que orde- Siluetas ¿TERUEL EXOTICO? Uq coche subí i veloz por la ca lie de la Democracia. Parecía es capado de una intrigante peMcula. del Parisiana.: P^r fin moderó la velocidad y se paró en el porche derecho. La «fémina» que lo con ducía, bajó del coche con un a re resuelto de turista americana, que sin duda ella simbolizaba en aquel cigarrillo de «baut doré» que prehendíacon sus labios carmíneos dejando a su paso unas nubecillas azules de humo que recordaba mil aromas vagos. Le acompañaba un Caballero que no fumaba. Correcto, ceremonioso, casi supeditado «a ella». . ¿Quién sería ella? ¿alguna artis ta de la pantalla? ¿alguna profeso ra americana que venía a demostrarnos entre pitillo y pitillo la leyenda de los Amante? ? ¿Sería una simple turista? L^ gente dominguera hilvana conjeturan pero con el auto que pronto desapareció se faé la curiosidad de todos. Luego supimos que representaba una casa inglesa de cigarrillos... * * * Pero por lo visto aquel domingo nos reservaba una sorpresa. Apenas marchó el auto, dos chinos hicieron su aparición en la plaza. Iban provistos ds sus mercancías baratijas que pregonaban con un deje gutural característico. — Colales pala señolitas.,, - Pipas aliéntales,». Estos industriales de las barati jas son un adorno mas de las ciudades modernas. Ea España mismo pocas seián las capitales que no tengan «sus chinos». Aunque I hoy día los chinos han perdido con su coleta y su kimono todo lo que de legendario tenían como hijos del Celeste Imperio. Sin duda la vida moderna al darles medios económicos— en abundancia para un pueblo como el chino acostumbrado a perpetua miseria —le ha hecho renegar del dicho chino* *Chaotche chaotchuan* nó que todos fuesen hermanos, pocas veces estarían solos los des graciados, puesto que frecuentemente se les visitarí \ para mitigar sus penas. Por tanto mis buenas lectoras hay que demostrar ,¡para que no nos motejen d¿ verdad los enemigos de nuestra Riligióa, que no somos cristianos de pega, de esos católicos que» no tienen de tales más que el nombre. Hay que invertir el tiempo lo mejor posible, y entesa forma que yo me he atrevido aconsejar, no se aburrirá ninguna y la vida tendrá para ellas encantos desconocidos pro ducidos por el deber cumplido. CELINDA. «P3CO para comer, poco para tir». Y de esta mezcla de ra l cosmópolis y lucha por la v 5 ha surgido una nueva sub cio ^ cación en la raza amarilla: el ti de chino vendedor-turista. La foP0 ma una nueva generación iZ de prejuicios retrógrados y á atavismos de raza quees esencial mente práctica, y que ha com prendido que el olvido del hom' bre por una vida decorosa bien merece el sacrificio de la coleta * el kimono que ellos han cambiado por un traje europeo de puños y cuello planchado. Y de su origen tan solo i| queda unos ojos oblicuos y unos pómulos separa, os como signos, inconfundibles de una raza que un bajo medio de vid i ha hecha infestar. * * * . ■ ' ■ " k Los pobres chinos no vendieroit casi nada en Teruel. No hacía f al. ta que lo dijesen; se veía. Pero incansables no dejaban dé cantar su rato: — Colales, colales,,. Caso de admiración en la pla» za. Chiquillos que se estacionan. —Pipas y colales... Los chinos conversan. Sin dui da hablan en su lenguaje monosilábico, de lo malo del negocio. Un chino mira fijamente en dirección al paseo y dice a su comp^ñero en perfecto castellano: — Chico, que morenal Para la morena y se lleva reco» gidas en sus calcetines americanos las miradas opacas de los dos mandarines. ¡Por Buda que.J í xclama el otro. Los dos manchurios continúan hablando en voz baja, durante un largo rato; por fin uno pone el punto final: —Amos anda ¡so castigadort Ñique del mismísimo La vapiési De donde son muchos chinos... HAROLD0. Teruel, marzo. LES DAN DE COMER ^ PRENDEN FUEGO A M FINCA Zaragoza, 3.-En JMequineD^ tres individuos se presentaron mediodía en la finca propie osé Taberner, solicitAndo q^s2 las diera de comer. El dueño les sirvió la com1 * gratuitamente y los tres ootkfecbos» duos se marcharon sau^ pero a la noche volvieron ae ^ vo, y como se les negara la en^ da prendieron fuego a la c que quedó con grandes desp fectos. ^ La guardia civil practica quisas para encontrar a diarios. de lOSiD**