Jimena, Tomás Canós, Ramón Maiqucz, Valentín Meseguer y Diego Gimena. Uno de ellos ha sido zapatero, otro ha trabajado en una barbería, y todos, en fin, tenían uno 6 varios oficios antes de que el Señor los buscase para hacerles depositarios de la gracia. El apóstol que preside empieza el culto diario suplicando á Dios se sirva conceder completa salud corporal á los congregados. Ruégale luego deposite el beneficio de su gracia en las vasijas que contienen el agua de sanidad, y en el enfermo que ha de hacer uso de la santa panacea. Recomienda eñ seguida á los fieles una oración mental, y cerrando todos ios ojos, pasan cuarenta y cinco minutos con el espíritu en Dios y las rodillas en tierra. Viene después el axámen de las Sagradas Escrituras y principalmente de los libros del Nuevo Testamento, hecho por uno de los apóstoles, y después una oración de gracias al Señor, por todos los beneficios adquiridos. Después... después se verificad comprobación de la unión de las almas de los congregados en el amor de Nuestro Señor Jesucristo, por medio del" ósculo de paz, besándose los hermanos á los hermanos y las hermanas á las hermanas, profiriendo al hacerlo las palabras del Apóstol San Lucas, más arriba transcritas: «La paz y el amor de Nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros.» El cambio de ósculos dura como un cuarto de hora y los besos suenan lo mismo que descarga de fusilería. Terminado el fuego, se sientan los congregantes, y previa una invitación del apóstol presidente, relata el afortunado que las ha tenido, las revelaciones ó visiones que obsesionaron su es-píritu durante la oración. Y... lectores y lectoras, la cosa merece verse, merece escucharse, merece describirse. Imagináos unos veinte ó veinticinco jornaleros, jóvenes casi todos, que tras délas fatigas del día, acuden llenos de fe á la iglesia de los apóstoles. Vedlos, no distraídos como acontece en la verdadera Iglesia, sino atentos y sumisos á la palabra que les prescribe la oración y les recomienda el recogimiento. Observad en sus rudas facciones la .reverberación d.e la fe; ved sus ojos medio cerrados, sus cabezas inclinadas, sus labios unidos como para que solo resuene la palabra espiritual, y quede prisionera la frase mundana, baldía y alejada del Señor. Contemplad luego aquellas treinta ó cuarenta mujeres del pueblo, que no cuchichean, que no comentan, que no critican, que no hablan, que oyen, que oran, que meditan, reunidas en 1» abstracción sublime, aunque torpe de su fe, y obsesionadas por los deslumbramientos históri¬ cos, si queréis de. la visión, pero reales hasta donde la realidad puede unirse con las anómalas derivaciones del espíritu, y decidme si este espectáculo no merece la pena de ser contemplado, y sí comtemplándolo no ha de despertarse en vuestra alma, la duda de si soñáis ó es firme verdad aquéllo... En los profundos senos del espíritu humano, está siempre cayendo una niebla que la luz pura y brillante de la razón no disipará jamás. Y mientras la duda tortura vuestros corazones, ois la voz monótona de una iluminada que, refiriendo lentamente sus desvarios, dice: «Durante la oración he visto que' sobre la mesa había dos espléndidas luces. A lo lejos divisaba un campo muy verde en el que pastaban unas ovejas blancas. De pronto estas ovejas se transformaban en hombres y con gran mansedumbre vienen á ingresaren nuestra congregación. De las luces sale una niebla y ía niebla forma el cuerpo de un anciano de barba blanca que nos bendice. Al dar gracias todo se desvaneció. » . Y el hasta entonces sobrecogido y silencioso concurso responde suavemente: «¡Así sea!» ¡Farsantes! vais á gritar con ira; pero la indignación impresa en vuestras facciones se transforma en lástima, cae vuestro brazo y murmuréis: ¡Desgraciados! Después 'del relato de .las apariciones, viene la cura. Cada enfermo señala el sitio en que radica el dolor que le aflige, y uno de los apóstoles, luego de bendecir el agua y suministrar al paciente una serie de pases magnéticos, coloca paños empapados en agua santa sobre la región dolorida de su cuerpo, murmurando al hacerlo largas oraciones. «Hermanos, dice el presidente, nuestros rezos han terminado por hoy. Id en paz.» Bajáis la escalera con prisa. Respiráis con ansia el ambiente de la calle. Subís al centro de de Madrid. Os mezcláis en la vida de la capital, véis ios espléndidos mostradores de espléndidas tiendas. Saludáis á vuestros amigos, leéis los periódicos, renacéis, en fin, á la civilización, á las realidades de la existencia moderna, y al recordar aquellas escenas de alucinamiento y superstición presenciadas allá abajo, en las inmediaciones de la plaza de Lavapíés, una carcajada sube á vuestros labios, y por Dios iVuestro Señor que sentís no haberle dicho á la cigarrera que os salió al paso cuando subíais apresuradamente hacia Madrid: — Oiga usted buena persona, ¿querría usted curarme un dolor que yo tengo con la gracia que Dios ha derramado sobre usted? — ¿Es que me ha tornado usted por un apóstol? — respondería ella. — Qué más quisiera yo, por lo del ósculo de paz.