EL PUEBLO que los productos de nuestra comarca pudiera n'cótnpétir con los de otras sin las trabas y quebrantos que supone una mal orientada red de comunicaciones, Teruel antes de pensar en Alcañiz tuvo buen cuidado de tener comunicación férrea con Valencia y pensó bien, pues, el grado de mayor o menor prosperidad de una pobla ción interior depende de los medias que cuenta para acortar la distancia que de un puerto le separa. Siguiendo el ejemplo Alcañiz, y con ella todos los pueblos de su comarca, antes que rendirse a los alagos de la capital, debe poner todo su tesón, rin «reblar», con üecidido empeño para conseguir que lo mas pronto posible podamos ir rápidamente al Mediterráneo. Después, será ocasión mas propicia para discutir la conveniencia del ferrocarril que, en el número 8318 de «líl Mercantil», (u otro que satisfaga mejor las necesidades de la provincia], defiende el señor Aranda. \\l Alcañizanos !!! ¡¡¡ Tierrabajinos !!! Aprestémonos a la defensa. Lanzado ya el grito combate por el mas humilde hijo de esta tierra pe o que anhela su progreso como el que más, os ruega, autoridades de Alcañiz, técnicos e intelectuales, propietarios, industriales y comerciantes, jornaleros y obreros, que todos en compacta masa, acallando las diferencias que hasta hoy hayan podido separaros, hagáis causa común para que la regeneración de la comarca bajo-aragonesa no sea solo un juego de palabras: los pueblos esperan para cooperar con entusiasmo: otros elementos de valía que solo aguardan vuestra decisión se sumarán gustosos para que su ayuda hnga mas eficaz el logro de nuestras aspiraciones Fuerzas de Alcañiz, sacudid la modorra y a enmendar el tiempo perdido: tener presente que el pantano, la traída de aguas, aunque es una vergüenza hayan tenido tan lamentables entorpecimientos, tarde o temprano han de resolverse para llenar las necesidades que demandan su construcción, no así los ferrocarriles, estos, con vuestra voluntad o sin ella, pues la vida moderna los impone, atravesarán nuestra comarca, ahora que si permanecéis cruzados de brazos podría ser que os veáis en la necesidad de elevarlos al cielo desesperados si por vuestra pasividad, Alcañiz no obtiene las ventajas que por su importancia y por su situación puede tener. David Gascón. RAFAGA LITERARIA MISTERIOS DEL AMOR Aquella mujer que parecía quererme, en la cual cifré todas mis esperanzas de suprema felicidad, empecé a notar en sus palabras, en sus miradas, ódío e indiferencia hàcia mi, ¿Que causas hubo para verificarse en ella cambig. tan brusco e inesperado? Lo ignoroNi lo supe entonces, ni lo sé ahora, ni quizá lo sabré nunca. ¡He creido perder el juicio muchas veces al preguntarme, ¿porqué, porque se convirtieron en torrentes de hielo las olea das de fogosa pasión que habia en sus palabras antes de despreciarme? A esa pregunta, llena de dolorosas reflexsiones, no me ha respondido ni el acariciador susurro de una esperanza. Cuando en las horas de desesperación e insom nio quiso traspasar mi pensamiento con vesá. nica obstinación los umbrales de la certidumbre, se detuvo súbitamente al contemplar con inmensa amargura una irónica y despectiva sonrisa dibujada en los labios de la mujer infame, que al brindarme un amor mentido, mentido, vertia en mi alma gota a gota el ponzoñoso veneno de sus falsos juramentos. Sin embargo, antes de que derrumbase con un desprecio rotundo los castillos en donde posé mi dicha insuperable, me atraia su mirar magnético con irresistible poder... Y yo dejábame arrastrar entre espasmos de delirio por la corriente infernal de sus fúlgidas miradasmás fuertes y siniestras que mi débil voluntad de enamorado. A ella iba sediento de amor, aun cuando sospechaba el corrosivo néctar de sus palabras y el horroroso abismo que ante mi se abria a cuyo fondo rodarían ensangrentados los despojos de mi truncada ilusión. Estos horribles presentimientos los veia yo, girar a mi alrededor, semejantes a horrendas pesadillas desde el punto en que la falsa mujer comenzó a mostrarse ante mí desprovista del antifaz tras del cual ocultó tanta traición, ^tanta mentira, Comprendía yo todo esto; advertía la próxima muerte del amor que ya agonizaba en mi pt« cho entre punzantes convulsiones, y no me resignaba a sucumbir en brazos de la desesperación. Intentaba alejar de mi la triste idea de que aquella mujer llegaria a negarme hasta el ficticio acento de su voz cristalina y embriagadora. Pareciáme a esos degenerados que no pueden perder la costumbre de beber el licor que aniquila y mata, aun sabiendo que en cada libación dan un fuerte y desesperado aldabo nazo a las puertas de la tumba. ¡Es triste renunciar a lo que constituye nuestra única felicidad!... Aunque a veces de esa felicidad provenga mañana nuestra mayor desdicha... ¿Que importa?... ¡Si el instinto de conservación queda reducido a un pigmeo en cuanto el fuego de una amorosa pasión empieza a tomar incremento con fr^goresídades