Alfonso el Batallador 107 Imad al-Dawla, el aliado del Batallador y último descendiente de la dinastía de los Banu Hud de Zaragoza, que residía en Rueda de Jalón, y Alfonso VII procura atraerse a su causa a su hijo Sayf al-Dawla, el Zafadola de las crónicas cristianas. Tal vez el mismo año 1131 estaba ya al servicio del rey de Castilla, sugiriéndole que «gracias a su ayuda podrían recuperar él y sus hijos las tierras que los almorávides le quitaron a él y a sus padres», es decir, el reino de Zaragoza. Ese mismo año de 1130 ha muerto el vizconde Bernardo Atón, que tan ligado había estado al rey de Aragón, y Alfonso Jordán se erige en protector de sus tres hijos y de sus Estados, que se extendían por Carcasona, Razes, Albi, Béziers, Agde, Nimes, etc. Antes, Alfonso VII estrechaba su alianza con el conde de Barcelona al contraer matrimonio con su hija Berenguela (1128). Tenía el rey de AragOn unos 57 años y carecía de descendencia. Estaba gastado de tanto batallar, pero su ánimo entero y firme, y aún lleno de proyectos, que esperaba poder realizar. No obstante, dándose cuenta de la fragilidad de la vida, decide tomar las disposiciones necesarias para el porvenir del reino, ahora que disfruta de plena salud. He aquí sus cláusulas principales, que son un verdadero retrato moral del testador. En primer lugar deja una serie de castillos y villas importantes, todas situadas fuera del Aragón estricto, a grandes santuarios e iglesias de su devoción: a Santa María de Pamplona y a San Salvador de Leire les deja el castillo y la villa de Estella por mitad; a Santa María de Nájera y a San Millán, el castillo de Nájera con sus rentas y dependencias y el de Tobía, también por mitad a cada uno; a San Salvador de Oña, el castillo de Belorado; a San Salvador de Oviedo, San Esteban de Gormaz y Almazáñ con sus pertenencias; a Santiago de Galicia, Calahorra, Cervera y Tudején; a Santo Domingo de Silos, el castillo de Sangüesa, la villa, los dos burgos, nuevo y viejo y su mercado. A los monasterios de Sanjuan de la Peña y de San Pedro de Siresa, donde él se había criado, les deja por mitad los bienes que habían constituido la dote de su madre, es decir, Biel, Bailo, Astorito, Ardenes y Sios. El reino, o sea, «el dominio que tengo sobre toda la tierra de mi reino, el principado y derecho que tengo sobre todos los hombres de mi tierra, tanto clérigos como laicos, obispos, abades, canónigos, monjes, nobles, caballeros, burgueses, rústicos, mercaderes, hombres, mujeres, pequeños y grandes.