114 José María Lacarra noció de modo expreso ia propiedad sobre todos los bienes que antes de la conquista tuvieron algunas iglesias mozárabes, y al obispo todos los derechos que tenían los prelados sobre las iglesias de su diócesis (cuarta episcopal), según el derecho vigente. Además recibieron del rey diversas donaciones de villas, castillos o heredades para incrementar el patrimonio de las nuevas sedes. Al igual que los señores que habían colaborado en la reconquista, diversas iglesias y monasterios, del reino o de fuera de él, recibieron tierras o iglesias en las zonas liberadas, y todas ellas contribuirían, tanto a la obra de colonización, como a la de restauración espiritual. Tales fueron los monasterios de Leire, Irache, San Pedro de Roda, Siresa, Santa Cristina, San Juan de la Peña, Montearagón, San Victorián; las iglesias de Huesca, Pamplona, San Miguel in Excelsis. Entre las comunidades extranjeras recordaremos las donaciones hechas a la Sauve (Gironde) en Ejea, Pradilla, Uncastillo y Molina de Aragón; a San Ponce de Tomeras en Valtierra, Cadreita, Murillo; de Alagón al arzobispo de Auch; de la Aljafería a Berenguer, abad de Lagrasse; a los monjes de San Martín de Seez de las iglesias de Santa Cruz de Tudela, de Monteagudo y Çastejón; a Saint-Savin de Lavedan de las posesiones de Cortada, en Zaragoza, etc. 3. Amistosas relaciones con la Santa Sede El pontificado de Calixto II no supuso, pues, ningún entorpecimiento en la labor de restauración eclesiástica que llevaba a cabo el rey, sino todo lo contrario. Ya había sido un éxito de la curia la designación de los prelados de Zaragoza y Tarazona y su aceptación inmediata por el rey. También la reconciliación del rey con el obispo de Roda. Cuando en las disputas de éste con el obispo de Huesca ve el rey que median documentos pontificios, se niega ahora a intervenir y manda a los obispos que se dirijan a Roma (1121). El obispo de Roda figura ahora en el séquito del rey, y ya vimos cómo le acompañó en su difícil expedición por tierras andaluzas. También se establecieron excelentes relaciones con el metropolitano de Toledo, Bernardo, que actuaba de legado pontificio, quien hacia el año 1121 suscribe la proclama del primer obispo de Zaragoza para la restauración de la iglesia de Santa María de Zaragoza y el breve de indulgencias de Gelasio II.