Planta del templo de Nuestra Señora del Pilar DE GOYA. RESCOS DE F. DE &AYEÜ r de Gom "Se ha elegido como asunto de estas pinturas"- — -escribía dicho ilustrado profesor — la Coronación de Nuestra Señora como Reina de todos los santos". "Divídese, como se halla la cúpula, en ocho compartimientos ; se ha dispuesto la compOiSición de cada cuadro de modo que todos formen un asunto, pues el del centro expresa a la Santísima Trinidad coronando a la Virgen y en los otros se hallan los Santos en diversios coros de Mártires, Confesores, etc." Era aquella empresa superior a las fuerzas del bueno de don Bernardino, así es que se pensó en confiar dos de aquellas pinturas a don Marcelino de Unceta, entonces joven artista, magníficamente dotado, pero cuya vocación le llevaba por caminos totalmente distintos a la pintura religiosa, y mural , He tenido la singular fortuna de poder contemplar estas pinturas desde un andamio que formaba como un piso en el arranque de las mismas, y confieso que aquella estancia semiesférica decorada con las pinturas de referencia, e iluminadas solamente por la luz que cenitalmente penetra por el cupulín superior, me produjo una de las impresiones más sugestivas que pueden darse en nuestra ciudad, y lamento sinceramente que su situación no permitiera hacerla objeto de turismo ; lo que visto de,sde el pavimento del templo carece de interés, causa al contemplarlo de cerca una sensación imborrable, y me vino a la imaginación el que aquellas obras, calificadas como decadentes en extremo, dudo que en estos años se pudieran realizar como entonces : con los elementos "de casa". Las composiciones son tímidas por lo general, pero el dibujo es impecable en todas. Hay cabezas bellísimas y los pliegues de los indumentos están tratados con una nobleza que se desconoce en estos tiempos. El colorido es alegre, y desde luego entendido' de manera más ingenua que en obras similares de Bayeu : Se reduce simplemente a "iluminar el dibujo". Las dos de Unceta son en general negras, comparándose con una mayor valentía en la composición y con el acierto de algunas cabezas que parecen de contemporáneos ; en alguna de segundo término he creído ver un autorretrato. La que representa a los, santos obispos de Aragón es grandiosa y hasta las figuras son de mayor tamaño, ya que el San Atanasio, primer obispo de Zaragoza y discípulo de Santiago, que en primer término, escribe en un libro que sostiene un ángel, la tradición de la venida de la Virgen a nuestra ciudad, recopilada después por Tajón, mide arriba de cuatro metros. Don Marcelino de Unceta hizo de esta pintura el boceto y la ejecución en grande, como asimismo el de los mártires de Aragón, que es quizás más armónico que el anterior. No sucedió así con el resto de estas pinturas debidas a don Bernardino, quien sólo hizo con la pulcritud en él habitual los bocetos, y ejecutó directamente en el muro la que sirve de eje a todas y que representa la Coronación de la Virgen. La ejecución de las cinco restantes se confió a excelentes maestros, que son casi desconocidos, pero que sin embargo tienen un mérito, como en la actualidad no se halla FRESCOST DE BtAYEU en los de su profesión. Fueron estos don León Abadías, natural de Huesca, que ejecutó dos; don Francisco Lana, natural de Epila, que lo hizo de una, y dos Mariano Pescador, que amplió otras dos y que juntamente con su hijo Félix hizo, también con modelo de Montañés, los ángeles del cupulín. Era este artista un gran escenógrafo, a quien se debe el salón regio que aun se exhibe en el Principal, y numerosos monumentos de Semana Santa. Conocía con toda perfección la pintura al temple y era muy diestro en perspectiva, desenvolviéndose con soltura cuando de pintar figuras se trataba; buena prueba de esto son las pechinas con los cuatro . Evangelistas, en que se apoya la cúpula, que pintó dos con bocetos de Montañés, no originales sino copiados de la cúpula de San Pedro en Roma como asimismo los escudos en que se apoyan, que son del Cabildo, del Arzobispo promovedor de la obra, de Aragón y de Zaragoza. Los otros dos los amplió don León Abadía. Pintores decoradores de tal categoría había en esta ciudad, cuando su población apenas llegaba a la mitad del censo actual; capaces de realizar los trabajos descritos a perfección y con el humilde concepto de sí mismos para trabajar a las órdenes de otros maestros. A pesar de lo que los tiempos han cambiado, no podemos decir ahora otro tanto. Una sencilla balaustrada de madera que corre por encima de la cornisa permite apreciar, relativamente cerca, la estimable obra de los Montañés, los Pescador, los Lana, los Abadías, en cuyo friso, con caracteres lapidarios de regular tamaño, se lee: elegí et santificavi locvm et cor meum cvcTis DiEBVs. (He elegido y santificado este lugar con mi presencia, para que mi nombre y mi corazón estén allí todos los días). Los evangelistas de las pechinas y la inscripción del friso, todo trae a la memoria la gran cúpula de la Iglesia, madre de la cristiandad: aquellos artistas, más o menos dotados, hubieran querido hacer para el Templo de su Virgen del Pilar, un trasunto de la maravilla de San Pedro en Roma. * * * Me propuse, al tomar la pluma, dedicar unas breves notas a evocar una excursión por las alturas de- nuestro primer templo mariano ; no he relatado la fuerte impresión que produce la penosa ascensión por ía angosta escalera que se aloja en el grueso del cascarón, ni la maravillosa sensación que se experimenta al salir al balconcillo leve que circunda la base del cupulín; sin embargo, creo haberme extendido más de la cuenta. No doy, sin embargo, por desproporcionado el exceso "literario" ; todo lo merece, a mi juicio, la maravillosa obra de Yarza, Atienza, Montañés, etc., que a la par que testimonia lo que era capaz de realizar Zaragoza en uno de los períodos de mayor decadencia económica y artística, es el mejor ornamento de nuestra primera vía comercial ; sin ella, la calle de Don Alfonso I perdería la mayor parte del encanto de su bella perspectiva : su maravilloso "último término". Albareda Hermanos. 167