%í tuiste pitesmUmimta de dau ^um fHanem ntre todos los recuerdos que guardo de don. Juan Moneva hay uno qué siempre me impresiona hondamente: el de su presentimiento del trágico fin de su hijo Jaime. Era por el verano del año 1931, cuando míe sorprendió la mañanera visita de mi poco madrugadbr amigo, entonces joven arquitecto, Pepe Beltrá'n Navarro, quien me espetó : — -Acabo de recibir la visita de don Juan Moneva, quien me ha preocupado muy de veras, y quisiera yo contar con su consejo, como amigos que somos de Jaime, — ¿? — Figúrese que me ha dicho de buenas a primeras: "Me encuentro muy preocupado con la ausencia de mi hijo, que, como usted sabe, marchó a Torres de Berrellén, invitado, por haber firmado como arquitecto la certificación de aptitud de un ruedo — plaza provisional — , hecho con maderos, adonde correr las vaquillas festeras. No es que me extrañe el que mi hijo no escriba, pues yo tampoco lo hago cuando estoy en viaje ni anuncio mi vuelta a casa, presentándome en ella como si volviese de la misa en el Servicio Doméstico o de la clase en mi aula. Y he dicho mi hijo porque, a diferencia del ¡libro que llevo, le he dado el ser: que no para indicar propiedad, imposible sobre quien goza de libre albedrío. Pero es el caso que desde hace tiempo tengo el presentimiento die que Jaime ha de morir de accidente. Incomprensible, ¿verdad? No obstante, le agradeceré me asista usted dando los pasos necesarios para tener noticias, que ruego a Dios no sean malas. En todo caso, q4ue Jaime no sepa nada de mi preocupación". — No creo en presentimientos — contesté — , pero estimo lo más acertado tome el coche, entre en Torres de Berrellén como si viniese de Garrapinillos, y pregunte. Me creo que todo guede reducido a la solicitud y festejos de los anijigos de allí, que le retengan. Así lo hizo Pepe Beltrán, con el resultado por mí previsto. —¿Quieres algo para los de tu casa, Jaime? — 'Nada, Pepe. Si los' ves, que iré en cuanto aquí me den suelta. Cumplió Beltrán este último encargo, oyendo entonces de don Juan : ; —Gracias a Dios, quedo tranquilo por esta ocasión. No sé por qué me dejo obsesionar por tan absurdas ideas. Pasado algún tiempo, hablamos superficialmente a Jaime sobre la preocupación dle su padre cuando su continuada estancia en Torres, mostrándonos aquél su extrañeza. Seguramente no se podía contar con tres cifras el número de semanas transcurrido, cuando se cumplió el triste presentimiento de don Juan, muriendo Jaime, por accidente, en el eiercicio de su profesión. De tiempo atrás tenía el señor de Ardid el propósito de la restauración del viejo palacio de sus antepasados en Villafranca, y había encargado diel proyecto a Jaime, quien se proponía conjugar las viejas líneas feudales con el indispensable "confort". —-Cuidado, Jaime, que la escalera está cortada y vamos sin luz — dijo el de Ardid. — Sí, ya recuerdo; pero es abajo. Apenas había terminado la última palabra, tan última para él, cuando sobrevino el fatal accidente. No cedió aquella noche don Juan a las instancias de los amigos; por condescender, aceptó Unos libros por cabezal, y se tumbó en un banco de la biblioteca de la Universidad, convertida en capilla ardiente, cara al cadáver dé su hijo. A la mañana siguiente, en el atrio de la Magdalena, se adelantó, presuroso, para ayudiar a quienes cargaban el sencillo ataúd en el coche mortuorio; después, en el cementerio, hizo el recorrido con la mano puesta sobre el mismo. En la sesión de sobremesa de Radio Aragón leí una cuartilla necrológica! relativa al amigo bueno, afectuoso, serióte, libre de las viciosas ataduras tan corrientes en la juventud, que había volado al cielo desde el tramo cortadio de la escalerai de un vetusto palacio-caserón. Ahora, pidiendo perdón a los familiares por la renovación de tan tristes recuerdos, pido tamjbién a Dios q^ue padre ie hijo se hayan encontrado y vuelto a abrazar sin la preocupación de esas efusividades que tanto dominó en el ánimo de don Juan Monevai y Puyo!. García García García LA CAS A DE G O Y A y arias veces ha mencionado la prensa el abandono en que v Zaragoza tiene la casa natal de Goya en Fuendetodos. Los amantes del arte quizá juzguen mal a aquellos que tuvieron obligación en tiempos pasados de salvar aquel recinto, y como debemos defender a quienes con todo entusiasmo y esfuerzo personal pusieron su celo en la conservación del modesto solar en el que vió la luz primera el insigne pintor, no podemos' por menos que hacerlo patente. El Sindicato de Iniciativa, siempre con modestos recursos, creó un pequeño museo en la Casa natal de Goya, propiedad del pintor Zuloaga, en Fuendetodos. Ya Zuloaga la compró para salvarla. El "Sipa" reunió distintos enseres, muebles, reproducciones de aguafuertes, escritos, cuadros, camas, arquimesas talladas de su época, cerámicas, e instaló un hogar típico, dando a la modesta vivienda ambiente adecuado, donde el visitante entraba con emoción y recogimiento, firmando en un álbum, en el que se leían firmas y comentarios de admiradores de todo el mundo. Editó postales, a todo color, de diez de sus mejores cuadros, que se vendían como recuerdo, y también eran solicitados ejemplares de su Revista "Aragón" del número dedicado al Centenario de Goya, esfuerzo editorial dedicado al famoso pintor que pocos lo superaron en España. Para cuidar aquella casa compró el "Sipa" la contigua, dando en ella vivienda gratuita a una familia que cuidaba la de Goya y acompañaba al visitante, el que siempre elogió la conservación sin retoques de aquellas paredes donde se movieron por primera vez unos ojos y unas manos que dejaron a la posteridad obras inmortales. 1936. Pasó la ola, desvalijó la casa, se llevó muebles, reproducciones, cuadros y cerámica, postales y revistas, dejando únicamente las paredes. El "Sipa" no pudo reunir otra vez aquellos recuerdos procedentes de familias descendientes de la de Goya, ni sostener la casa de la guar^desa, que nada tenía que guardar; falto de ayuda, hubo de venderla hace dos años para atender obligaciones que le proporcionan sus entusiasmos por Zaragoza. El Ayuntamiento de Fuendetodos cuida ahora la Casa de Goya, que es propiedad ^de Zuloaga. Cuando 'se hable de la Casa de Goya en Fuendetodos, es de justicia recordar con gratitud los esfuerzos del "Sipa" por conservarla para admiración y delicado recuerdo de los estudiosos del arte, y que el abandono ha sido debido a quienes no cumplieron con su deber estando obligados a ello. ANTONIO GRACIA — 5 —