LA ASOCIACION. El módico, es el ser por excelencia para endulzar los sufrimientos: su idea creyente y humanitaria, es como el aliento de los ángeles, velando el sueño de los niños, abrigándolos con sus alas, y coloreando sus megillas, con las miradas de sus dulcísimos ojos. Si hubiere en las flores un lugar más predilecto que el que las abejas quieren oscular libando allí la ambrosía de su dulzura, el médico debería ocuparlo, para tener una verdadera compensación á sus ideales, á su piedad, simpatía que arroba y embelesa el espíritu, consolando con innefable armonía. Lo mismo que el ángel de la luz, el médico presenta todos los caractéres de la inmortalidad. Estos caracteres piadosos, ofrecen un espectáculo de pontifical, que dependen del concurso simultáneo de gran número de conocimientos superiores. La marea al rededor del globo, es un símil de la piedad infinita del médico al rededor de la humanidad. Ante esa piedad divinizada por el heroísmo, los ódios y rencores se desvanecen, pues el ojo enfermizo, desde el fondo del lecho de la muerte, tiende desmayada ansia, que es como el hielo que se parte, se derrite, al contacto de las calientes aguas del Guef — Slream, con sus dos brazos que hácia el Norte y Sur, redobla y se divide, formando esa mar libre, que culmina sobre todos los fenómenos del universo. La corriente polar parece subyugar su brazo izquierdo; pero pasa por debajo de ella y reaparece, como la piedad del médico reaparece también, después de haber sido torturada por el indiferentismo, que le ocasiona frecuentemente sérios disgustos y amarguras. En este martirio se mezclan lágrimas comprimidas, que ruedan por sus megillas tímidas y silenciosas, como silencioso y tímido es el desgraciado arrojado del banquete social, por séres armados del puñal de la venganza, que la estéril soledad del alma no puede rechazar. No conocen al médico ni los mismos que viven y se albergan con él, bajo el mismo techo: lleva el peso de la cruz sobre su frente, y tiene que contemplar la trémula agonía, lamentándose de no poder sujetar la segur que la parca blando sobre el enfermo, á quien con apostólica fé cuidáray eonsolára. Para su trabajo, se disputa el prémio. Su caridad no asombra, ni su unción se abmira: oye la voz de la insolencia, y tiene que filtrarla, porque no quiere que su mansedumbre pierda el aroma de los cielos, con el cual su espíritu cobra á cada instante nueva vida. Cada gota de agua, cada flor, cada yerbecilla, realizarán un ideal que encanta. El céfiro con sus hebras misteriosas, no puede ménos de acariciar la frente del misionero de la salud, que perlas desconocidas adornan, brillando ante la faz de los ángeles. Sombras de dolor le siguen, voces dolientes, que llaman por el que lleva consigo sus dichas y reposo; y él, á todos brinda consuelos, recordándoles que la vida es como el perfume de la flor, que á la mañana extasía, y á la noche entristece. Se han hecho increíbles esfuerzos para que el médico sea venerado como el sacerdote, con objeto de que su misión brille como la de aquel, y se recompense como un mandato. Llegada la hora del prémio, voz fatídica le insulta, y se disputa aquel premio, con el sarcasmo y la ira de los espíritus infernales. Su misión, que pací ficam ante realiza obras de caridad y consuelo, tiene que someterse á fiscalizaciones arbitrarias y despóticas. La dulzura brota de sus hechos, como un manantial brota agua del nacimiento que hace arroyos, y de estos nacen riachuelos, y de los cuales mana el caudal de los ríos que rinden el tributo de todas las corrientes de agua al mar, depósito común de donde salieron en forma de vapores, tenues y misteriosos, como los suspiros de las almas que buscan la felicidad. La piedad del médico, es para los enfermos lo que la sangre para el cuerpo humano. Lleva por do quier ráfagas de amor y alegría, bajo formas distintas y consoladoras. Un día, dobla su cabeza sobre el pecho; exhala suspiros angustiosos, y termina en la tierra su misión de caridad, sacrificado por los mismos á quienes dió aliento para la vida, martirizado por los que no le comprendieron; y privado de los placeres que en copa de oro apuran los que especulando con la ignorancia, tienen la fortuna de poseer cuan-