l\ A?ocnnoN. «Una rr;ise técnica se ha repetido: la de disnea. La disnea es un síntoma, y no tiene, no puede tener m is valor que el propio de un fenómeno que denuncia alteraciones mis ó monos graves y profundas. Hjmos leído el parte de defunción del rey, y no hemos visto dia^uó-tico alguno estampado allí; sólo la palabra disnea est'i escrita, y declaramos que merece ser reprobado en radimientos de medicina el que ante un àgonizante sólo se le ocurre decir que la disnea arrebata la vida á aquel cuerpo próximo á sucumbir al golpe de la muerte. A un ilustre clínico, honra de la medicina patria, se han atribuido conceptos que seguramente no tienen fundamento. El Sr. Sánchez Ocaña no puede decir lo que con la salvaguardia de su nombre han publicado periódicos distintos; habrí callado por transigencia disculpable; pero no ha desconocido la gravedad del caso. »Se habló de intermitentes, se corrió la noticia, y los hombres peritos, con justa razón se espantaron de oir que una liebre cuotldUm y vespertmz, acompañada de algunos síntomas tor' cieos, se calificaba de intermitente, sin pararse en más, y como si no fuese sobrado elocuente, un acceso febril (pie se anuncia todas las tardes y se resiste al tratamiento. »Y si respecto del diagnóstico sólo sombras notamos, respecto del pronóstico, errores y errores gravísimos nos salen al paso, --e habla de convalecencia, y en plena convalecencia llega la muerte. Se creen conjurados los peligros, y el funesto fin llega á interrumpir la tranquilidad, fundada no sabemos en qué razones. »De tratamiento nada hay cpie decir. Para convalecer de supuestas intermitentes y en la estación otoñal, se lleva al rey al Pardo, cuando las lluvias son continuas y el frío comienza á sentirse. »No; en honor de los médicos españoles debe decirse. Aquí los hombres expertos saben que hay una enfermedad que tiene por manifestación ostensible la fiebre vespertina, con m ¡s otros síntomas que responden á la localización pulmonar, mesentérica, etc., del gérmen morboso, que tiene un nombre vulgar para los médicos acostumbrados á ejercer su profesión. »Saben también, que si no la curación, puede intentarse el alivio, más ó ménos duradero, con un apropiado tratamiento. Climas determinado^, alturas especiales, medicamentos de cierto género, muchas cosas, en fin, que en el caso presente no se han puesto en acción. »Ya lo sabe el país: ó la ignorancia ó la mala fe han acarreado este g·olpe que, suave y paulatinamente sufrido, hubiera de seguro acarreado ménos descenso en los valores públicos y ménos sorpresa en los ánimos todos.» Y no es esto solo, sino que como muy bien dice nuestro democrático colega El Mercmtil Valenciano poco á poco nos lo irán diciendo todo los conservadores. Hace ocho días— dice— denunciaban á los periódicos que se atrevían á decir que el rey estaba malo y si alguien se hubiera atrevido á publicar que la enfermedad que padecía el jefe de la familia reinante, era la isis) ¡p0_ brécito! da con su cuerpo en la cárcel.' Hoy ya es otra cosa: El Estandarts habla sin miramientos de la enfermedad que ha llevado al pudridero á D. Alfonso, y sia andarse por las ramas, la califica de Usis. El rey ha muerto tísico, y la tisis es la peor enfermedad de (pie puede morir un rev que aspire á perpetuar su dinastía. Oigamos al diario conservador: «ji>e qué eiíferraedad ha muerto el rey'? Es cierto que hasta hoy, después del terrible suceso de la muerte del rey en El Pardo, solo se ha hablado del profundo sentimiento que ha causado, de la aflicción de los mon irquicos todos, de los honores y ceremonias con que se trajo el cad'ver régio del Pardo al Alcázar de Madrid y fué llevado de este al panteón del Escorial, de los próximos funerales con asistencia de altos príncipes y dignatarios extran jeros, pero ni una palabra se ha dicho al país sobre la enfermedad que llevó al sepulcro prematuramente al rev D. Alfonso XII. El parte publicado en la Gaceta dice que fué la repetición, en la madrugada del día 24, de la disnea, que le acometió el día anterior, lo que ocasionó la muerte del rey; pero como la disnea es solo síntoma de alguna otra enfermedad, lo que importaba saber es cuál ha sido ésta, porque el primer médico de Cámara no lo ha dicho en documento alguno oficial que sepamos. Después hemos sabido que los doctores Alonso y Santero, que. solo fueron llamados al Pardo la víspera de la muerte de D. Alfonso, calificaron el padecimiento de tuberculosis aguda. Hemos dicho que nada había expresado el primer médico de cámara doctor Camisón. Pero ¿os que había en la real facultad de palacio otros médicos con el doctor Camisón, que con él visitasen al rey como debiera presumirse? Hemos averiguado que no. El doctor Camisón era el primer médico y el único que vió al rey en los últimos treinta días que estuvo S. vi. en El Pardo, |y él, exclusiva mente él, veía, recetaba y seguía con opinión vínica é imperativa al rey enfermo, hasta el 24 de Noviembre que fueron los médicos expresados al real sitio y encontraron al augusto enfermo demacrado y con todas las señales de un iróximo y fatal desenlace, calificando la en"érmedad' como ya hemos dicho. èNo s0SVe' chaba el primer médico la gravedad? De tuberculosis, pues, ha muerto D. Altonso XII.