EL PUEBLO in mesurables!... Ni los mas acertados y leales consejos, ni la misma férrea voluntad del que sufre, puede ahuyentai lejos de si la ñgura trágicamente bella de la mujer que hace feliz y aun tiempo asesina con crueldad inesorable. Un autómata era yo sólo atento a los ciegos impulsos del corazón .. Y el corazón me guiaba a ella aun cuando ya aparecía ante mis ojos cual la mueca espectral de un desengaño. "¡Un día, una hora musl„ decíame yo. "iA apurar hasta el último sorbo la dicha fatal, aunque haya de bebería en cáliz de espinas bordeado! ¡Aunque el nimbar bruscamente mi espíritu, taladre los mas puros y venturosos ensueños de mi alma!B Por fin llegó el momento de dolorosa evocación; uno de esos momentos que intensifica su duración la flageladora sombra de una gran desdicha. Las frases "todo ba concluido entre nosotros,, que componen el poema de las más trémuías desesperaciones, cuando se ama, fueron pronunciadas impasiblemente por sus labios de misterio impenetrable. Inútiles resultaron cuantos esfuerzos hice para saber la causa de tan radical determinación. En el fulgurante mirar de sus negros ojos pude distinguir la firme decisión de sus irrevocables palabras. "Todo ha concluido entre nost tros.,, Las últimas que yo le dirigí, en el supremo instante de nuestra separación fueron estas. "Yo no sé amarte con más firme voluntad; si querer demasiado constituye un delito, es el único que puedes reprocharme.,, Pasaron días. Lentamente se fué desvaneciendo de mi pensamiento la imagen, el recuerdo de ella. Cierta mañana distraia mi ocio paseando sin rumbo fijo por las afueras de la población. Nacía la primavera sobre un techo de fan tásticas bellezas, coronado por la excelsa majestad de perfumados tapices multicolores. Hallábame abstraído en la contemplación de tan saturada grandeza, cuando vi que se dirigía a mi encuentro un amigo de toda la vida. Tan pronto como se puso al habla con migo, hube de interrogarle que le ocurría, tal era la visible alteración de su semblante. —¿Te ha sucedido algo desagradable que yo ignore?— preguntéle. — i Ay amigo mió!— me contestó con inmensa amargura. ¡He perdido para siempre cuanto más quería; lo que era para mi la única feli cidad de mi vida!.., Virginia, aquella niña angelical que me amaba con la pureza del primer amor que no sabe mentir, voló a la región del supremo misterio dejándome sujeto al dolor que, destruirá mí existencia. — Compadezco la desgracia, que deploro, — le dije — pero eres más feliz que yó, aun siendo ambos bien desgraciados... Tu amada, como dices, no existe ya en esta vida. Si te adoró con vehemencia, se llevó a la mansión eterna tu nombre y tu recuerdo cual si fuese una sagrada reliquia. Puedes tener la absoluta convicción de que nadie gozará el espiritual deleite de sus caricias, de sus sonrisas. Ninguna mano profanará la virginal delicadeza de sus encantos. Yo, por mi infortunio, veré tal vez desgranarse su risa argentina al oir frases de amor que no serán mías... Mios sólo serán los angustiosos sufrimientos que hacen de la vida un odioso laberinto, donde se ensombrecen bástalas espirituales esperanzas de hallar en los misteriosos espacios del mas hallá, un consuelo compensador de tan abru madora tribulación... — No, amigo del alma, no,- interrumpióme. Nada tan horrible como estar privado hasta del goce monificante de verla, aunque sea en unión de otro ¿Acaso ^no has gozado esa fe" licidad que pierde todo el valor de ser la única" al ofrecerla la mujer a otro galán que quizá nunca será amado por ella? Créeme; tu con el tiempo olvidarás lo qne hoy te afiige, y entonces, al verla, resbalará por tu espíritu como bálsamo cicatrizador, el recuerdo de los tiempos pasados... Adiós, amigo... Ten compasión de mí pero no envidies mi situación por creer» me más feliz que tu... Al alejarse aquel, tan desgraciado como yo murmuré: Tú, al menos, podràs llorar sobre los restos que te hicieron feliz algun dia... Yo^ no tengo derecho a llorar ni a maldecir una pasión que me hace ^dichoso y destroza todos mis sueños venturosos... José G. Marcnello. Zaragoza o? Jr*. 33 O