ña para unirse al Príncipe aragonés Don Fortún, y ser robada por los acárenos, antes c(ue entregarse a su capitán y renegar de la Fé, ofreció su vida al martirio. À poco de arribar a la ciudad, penetraron en la Catedral el bombretón y la moza escuálida, <íue ya reflejaba en su rostro una palidez morbosa, al apagarse en sus ojos la luz cíue tomaron del paisaje. La Capilla de Santa Orosia, en el primer templo jacetano, y en esa Kora cfue precede a la salida de la Procesión, presentaba un aspecto de aquelarre. Tendidas o mal sentadas en los bancos, unas pobres mujeres cbillaban, baciendo contorsiones con sus miembros, crispando los dedos, clavando los ojos en el Altar. — ¡Son «espirituadas»! — balbuceaban medrosos los cbicos, mientras su curiosidad lucbaba con el miedo, mientras buían, queriendo aproximarse para verlas. Bajo los porcbes de la Plaza se apiñaba la gente, al amor de la sombra, esperando la salida de la Procesión. Las Cruces parroquiales de la diócesis formaron en vanguardia. Las campanas de la Catedral, lenguas pregonadoras de la Vida y de la Muerte, abogaban, volteando, el bullicio callejero. Y apareció por la inmensa puerta de la lonja mayor el terceto de mozos fornidos que conducían la gigantesca Bandera, lucbando con el aire, dominadores de la pública curiosidad en aquel momento solemne, À poco, una música llenó los ámbitos con las notas siempre conmovedoras del bimno nacional. Y apareció la Urna que contiene los restos de la Virgen y Mártir Santa Orosia, Patrona de Jaca. Los bailadores mozos de calzón blanco, danzaban delante de la peana, sonando castañuelas, al ritmo de un salterio. Bajo la Urna caminaba más bien se removía inconsciente, un montón de carne bumana, informe. sudorosa, caliente al bervor de la sangre. Detrás, como escolta del dolor, algunos bombres y mujeres, con las frentes hundidas. Fntre ellos, el bombretón ya conocido por nosotros. — ¡Son «espirituadas»! — repetían los cbicos, acercándose y buyendo a un solo tiempo. Así, dos boras; basta que la Procesión llegó a la plaza donde se levanta el templete para la Veneración de Santa Orosia en este día 25 de Junio. Y el silencio absoluto en los millares de fieles que llenaban la explanada, bizo más sublime la grandeza de esos momentos de emoción, cuando el señor Obispo alza sobre el pueblo prosternado las Reliquias sacrosantas: el tronco y los fémures del cuerpo de la Virgen y Mártir. Fntonces, una «espirituada» lanzó el grito borrible que pone frío en las almas. Alzó sus brazos trémulos, desnudos, desafiando a los cielos; crispó sus dedos anillados con bilos; y, en el paroxismo de un ataque epiléptico, rodó por la tierra seca y caliente... El bombretón lucbó con la mujer «endemoniada». Domináronla pronto sus brazos de bronce, a tiempo que una lágrima paternal caía al suelo, envuelta en sudores. A poco, vimos otra vez a la moza enferma con los brazos ^suspensos y los ojos en la nada, inmóvil, en estado de postración, tal como la bubimos visto cabalgando sobre un macbo, en romería a la ciudad. Luego... el desfile de tropas; el ruido de campanas, fiesta, alegría. La Vida sometiéndonos otra vez a la ley del contraste en los acaecimientos. Conozco algún ilustre escritor, costumbrista que, después de leer esta ligera y vulgar descripción, me diría: — Usted, amigo mío, es un embustero; porque yo fui a Jaca no bace mucbo tiempo con el exclusivo fin de ver esos cuadros medievales, esas escenas típicas da las famosas «espirituadas», para escribir una novela, y la verdad es que no vi casi nada de eso en la fiesta de Santa Orosia. — Ya lo sé — contestárale yo muy complacido; — como que tuvo usted que inventar «endemoniados» para hacer la novela. Y es que eso no pasa boy de una visión. :|P;:. Ima^eiv de/ Saata Orosia