PINARES ARAGONESES Al ser los monarcas y su corte devotos y productores de una literatura c[ue no era expresada en nuestro idioma, es decir, en el lenguaje empleado en Aragón, no contó éste con muckas obras que puedan considerarse como literarias. Ha sido indispensable esta ojeada retrospectiva para formarnos idea del desarrollo de la poesía aragonesa, de la que únicamente tendremos en cuenta a los poetas que escribieron en nuestro idioma. Muy pocos son los poetas que conocemos; el ilustre Latassa nos da a conocer a algunos, y de otros no tenemos otra noticia que alguna breve referencia. En el «Romancero general o Colección de Romances castellanos anteriores al siglo XVIII, recogidos por Don Agustín Durán», se publican muchísimos romances de sucesos de Aragón, que se tienen por anónimos y que son, a ño dudar, de poetas aragoneses. En un romance, habla de Martínez de Bolea, a quien le llama el «Horacio de Aragón», y a este poeta no lo cita Latassa ni ningún historiador. Dice así el romance, cuyo argumento es, que Bolea libra a Alfonso III de Aragón de entregar Calatayud a Sancho IV de Castilla: El camarero real. El Horacio de Aragón, El defensor de su patria Y de su rey defensor. El famoso de Bolea Que el vivir menospreció. Porque de su patria y rey Fuese en aumento el honor. Viendo comprometida su patria, para evitar que el de Castilla atacase a los aragoneses, le ofreció en nombre de su rey y sin conocimiento de éste la entrega de Calatayud. El castellano pidió el cumplimiento de lo ofrecido y el aragonés envió al mensajero, que era Martínez de Bolea, para responder de lo hecho. Sancho IV lo elogió mucho, le colmó de honores y dádivas y dijo, según el poeta: Si como vos Tiene el rey otro vasallo. Hartos para un rey son dos. Este romance es del siglo XVII, desconociéndose el autor, lo publica Durán en la obra citada, tomo 2.°, número 1226, página 209. En este mismo romance, se dan a conocer los de Bravonel de Zaragoza, mozo galante y valeroso guerrero. Copia también, la Colección de Coronicas y Tradiciones Históricas del Reino de Aragón, anónimos y recopilados por Sepúlveda en la edición de 1.566, y otros, reformados por Timoneda unos y los más por Lobo Lasso de la Vega; la mayoría de ellos hablan del Rey Monje, de Jaime el Conquistador, de los milagros de San Raimundo de Peñafort, del Conde de Ribagorza, que viola a una doncella y engendra a Don Juan de Aragón, etc., etc., siendo de los más curiosos los moriscos, que además del citado de Brovonel, cantan las hazañas y amores del rey Marsilio y de los guerreros y trovadores moros. El poco amor que tenemos a lo nuestro y más que nada la despreocupación que nos domina, nos hace olvidar muchas cosas nuestras. Todos sabéis aquel famoso romance que dice: Yo fago testigo a Dios y a nuestro patrón Santiago que non he sido traidor en la muerte de Don Sancho; pues seguramente que muchísimos ignoran que su autor fué un poeta zaragozano llamado Jerónimo Francisco de Castaña, que escribió en nuestro pueblo en el siglo XVII, y publicó un tomo de poesías titulado «Primera parte de Romances nuevos nunca salidos, compuestos por Hieronimo Francisco de Castaña, natural de Zaragoza, año 1604». Durán, en su Romancero, citó a Castaña, quien tenía la mayor habilidad para imitar el estilo antiguo, por lo que se creía que el romance este del Cid era del siglo XIV o del XV (tomos 1.° 525 y 2.° 279 de la citada obra). Hubner y Wolf en su Historia Literaria, dieron cuenta del poeta, pero se olvidó de él el diligente Latassa, y se olvidaron también los aragoneses, ignorando ser de un paisano el romance más popular de España. MANUEL ÀBIZÀNDA Y BROTO Mitología: Pino; árbol de las divinidades; Cibeles, Arte misa, Beméter, Poisidón, Pan y Silvano. Hasta nosotros, ha llegado ya el aroma del pinar. Quien tropezó un día con diminutas estacas en el cabezo negado y pedregoso, que dominaba la capital, halló justificación a su escepticismo: —Arido montículo de faz rapada! Ingrato balcón de mi ciudad! Tú serás — le dijo — quien malogrará estos esfuerzos. En tu falda el pino no tendrá franco regazo, aunque oponga a tu esterilidad su resistencia esteparia. Pero la mole hirsuta, ablandada por el llanto de las aguas, cedió a las llamadas de mil células, un tesoro de vida que nadie pudo arrancar. Y el pino risueño, que hizo de la roca jardín, en su fragante salida respondió: — Señor escéptico! He venido a vos, porque vos no queréis venir a mi. No soy la planta exótica que me juzgáis. Cubro vuestro suelo con excesiva prodigalidad; pero ignoráis que a veces un corto camino puede conduciros a las incomparables residencias que os preparo. Me improvisáis en cualquier lado, antes que abordar mis populosas mansiones; marcos de naturaleza que avaloran vuestra salud y en donde puedo sin esfuerzo, seguir mi vida. Testigos de la fábula, queremos ahora terciar; porque nuestros ojos dedicaron al pino frecuente contemplación. Y al hallar de pinares aragoneses, no abonaremos al pino sus magnos recintos del pirineo, cuajados de 198