«jos los oficiales de carrera, L fuerzas armadas turcas dominan buena parte de la actividad financiera y productiva del país. La sociedad r)Vak de otra parte, repreenta'un eslabón privilegiado de conexión con el capital inlernacional, vinculada como Ltá a multinacionales como Renault, Hilton, Good-Year, 4obil, Shell... _ La década de los 70 vio alternarse en el poder al bloLe democrático del socialdenócrata Ecevit, partidario de nantener el «Estado social» oyado en los sectores es4 privado y popular de la fonomía bajo la directa proLamación del Estado) y al bloque conservador-reaccionario del liberal Demirel, radical partidario de la libre Iniciativa privada. En el fonL de la cuestión económica [urca estaba la presión del Fondo Monetario Internaciohal, exigiendo la devaluación Be la lira turca, el alza de las asas de interés, el recorte de inversión pública y la con;esión de más espacio para ; iniciativa privada, medidas Le exigían grandes sacrifipios de las clases populares, condiciones de extrema ecesidad (20 % de parados y )% de inflación). Ecevit hubo de plegarse a os dictados del FMI, con lo ue las clases populares dejaon de otorgarle su apoyo, ada vez más agrupadas en izquierda y en un sindicaismo cada vez más potente. ibierno de Demirel daptó las bases legislativas la estructura del Estado a programa económico, corde con las exigencias del y de los países occiden|ales: recorte del gasto públiabolición del monopolio Estado en algunos sectoindustriales, libre mercagarante del desarrollo del 1 monopolista y apertua la penetración del capi,1 extranjero. 'Pero la respuesta popular [las medidas económicas, la ■tividad terrorista del parti» fascista para frenar la luna sindical y el integralismo pamico adverso a la integraron de Turquía en el bloque dental, fueron obstáculos • m la socialdemocracia de fevit ni el liberalismo de emirel consiguieron sortear fante los años inmediataFte anteriores al golpe miftar de 1980. Septiembre de 1980, golpe de Estado del general Euren. Penas de muerte a sindicalistas A dieciocho meses de su instalación, el «carácter bueno» del régimen militar turco parece haber perdido su credibilidad ante todos, a la vista de la forma como pretende «restituir el orden y asegurar el normal funcionamiento de las instituciones democráticas»: disolución de los partidos políticos, de las asociaciones profesionales, de las instituciones de la sociedad civil, de los sindicatos de clase. En los últimos meses se ha despertado la atención de las organizaciones internacionales e incluso en el Consejo de Europa se desarrollan debates sobre la situación turca, se discute sobre la suspensión de ayudas económicas, sobre su expulsión de la CEE, sobre la incompatibilidad del régimen represivo turco con los principios democráticos que los países adheridos a la OTAN dicen defender. La continua violación de los derechos humanos por una junta militar que ordena la tortura masiva (se sabe de centenares de personas muertas bajo la tortura) y que conculca el derecho a la defensa en procesos farsa, no deja lugar a dudas sobre las características del régimen fascista turco. El régimen de los militares, después de cada redada contra la oposición, precisa que gran parte de los detenidos pertenecen a la izquierda. En esta precisión, además de intentar atribuir a la izquierda la responsabilidad de todos los males del país, deja ver claramente el carácter de la acción militar: basta echar una ojeada a los párrafos del acta de acusación contra los dirigentes de la central sindical Disk (en la que se piden ¡52 penas capitales a dirigentes sindicalistas!). Los principios presentes en los estatutos de la Disk son, para los militares turcos, las mayores pruebas de culpabilidad de los acusados. Artículos como aquellos en los que se habla de los «principios esenciales del sindicalismo democrático de clase y de masas», «el sindicalismo democrático, la lucha de clases, el antiimperialismo».... Los objetivos que la Disk se proponía en su batalla sindical «para que la clase obrera avance en lo económico, social y cultural», son interpretados por la acusación militar como las mayores pruebas de que los sindicalistas querían «poner a Turquía en la esfera de influencia de la Rusia comunista». Puede parecer increíble, pero es con estas acusaciones, por estos «delitos» de opinión, que la Corte militar pide la pena capital, considerando, tranquilamente, la actividad sindical como «actividad terrorista», de la que los textos de la literatura marxista encontrados en las sedes sindicales serían las armas. Así se escribe la historia, una vez más, de la voluntad de los militarès turcos por crear unas bases sólidas a un régimen de consenso forzado y una sociedad muda en la que las transformaciones necesarias para implantar definitivamente un Estado institucionalmente vasallo del capitalismo internacional puedan introducirse sin oposición. ANDALAN 11