— J. IGNACIO VELAZQUEZ Todo ha ocurrido suavemente, sin sobresaltos. La segunda vuelta de las legislativas francesas ha confirmado las tendencias generales de voto que ANDALAN reseñaba la semana pasada y que auguraban un triunfo arroUador del socialismo francés. Que algunos medios «de deformación» españoles (comenzando por TVE) no se hayan enterado resulta, hasta cierto punto lógico. Ya conocemos la táctica del avestruz que muestra TV: olvidar lo que molesta a los «patronos». Pero en Francia, lo primero que llama la atención es que, en menos de dos meses, los franceses han votado cuatro veces y nadie ha pensado que esa saturación electoral pusiera en entredicho la estabilidad de la V* República. Hay que anotar, además, que, con la mayor naturalidad, el vecino país acaba de cambiar no sólo de mayoría parlamentaria y de presidente, sino de modelo de sociedad. Y ello hasta el punto de implicar reformas sustanciales en lo que concierne al modelo de Estado: ahí está, por ejemplo, el nuevo enfoque que se piensa aplicar al tema de las autonomías. El fracaso del modelo pretendidamente centrista de Giscard no es sólo el de un político que llegó a creerse por encima del bien y del mal: es el de toda una tecnocracia aprendida en la E.N.A., elitista, que juega con la ficción de una neutralidad política, cuando desde hace tiempo todo el mundo sabe que, en política, es impensable que lo sea el partido en el poder. Es obvio que el PS ha ganado las elecciones. También que quienes las han perdido son tanto el bloque de derechas como el PC de Marcháis, sin contar las otras propuestas alternativas. Esta vez no se puede hablar seriamente de una división del país en dos mitades — la catástrofe electoral del PC lo impide — , ni, tampoco, de una agudización de las tensiones internas que explique el triunfo socialista como fruto de una radicalización extremista. Se hablará de desinterés, refiriéndose al porcentaje de abstenciones de las legislativas. ¿Desinterés? No, en cualquier caso, en las filas» de quienes han votado por el cambio. Cierto, quizás, en los votantes tradicionales de la derecha giscardiana, metidos en el callejón sin salida de desear un cambio limitado que sólo la izquierda les ofertaba. El «coco» comunista Tanto Giscard como Chirac han venido obsequiando a los franceses con «optimistas» predicciones, sin duda interesadas, en el caso de un triunfo socialista. Sería bueno repasarlas, a la luz de los resultados, ya que, además de haber podido constituir los puntos débiles del sistema, hablan de los problemas a los que Mitterrand debe enfrentarse a corto plazo. En esta perspectiva, el primer tema de conflicto concierne a la inclusión o no de ministros comunistas en el nuevo Gabinete del primer ministro Mauroy. El argumento, de ser un falso problema planteado por razones evidentemente más viscerales que racionales, pasa a un plano muy secundario. Lo que de verdad se planteaba era la necesidad socialista de un acuerdo con e» PC de cara a obtener una mayoría parlamentaria. A partir del momento en que fue evidente que el PS, por sí solo, dis- Elecciones legislativas en Francia Los franceses serenos, pero contundentes pondría de una mayoría absoluta más que amplia, el tema ha perdido su contenido problemático. Tanto es así que ahora Mitterrand y su primer ministro pueden optar por incluirlos o por no hacerlo, de manera casi indiferente, y ello por las mismas razones tanto en un sentido como en otro: el PC dispondrá de menos de un diputado por cada siete del PS. Entre las razones a favor, habría que contar la necesidad para el primer ministro de atraerse la «no beligerancia» por parte de la mayoritaria CGT, el interés de «equilibrar» la alianza con el gropúsculo de los radicales de izquierda (partido casi testimonial de una pequeña burguesía con cierta influencia tradicional en las capas profesionales, debido a su vínculo de origen con los «instituteurs» cuando éstos constituían una sólida institución); las ventajas de vincular al PC con las medidas de Gobierno, tratándolo como un hermano menor, lo que ha de resultar particularmente humillante para Marcháis, que es preferible no se vuelva excesivamente polémico y reivindicativo; interés, en fin, en negociar con el PC en un momento en que éste, tanto por razones electorales como por sus problemas internos, no puede hacerlo desde posiciones de fuerza. En contra de la participación, están las razones que se desprenden de las matemáticas electorales, así como el deseo de no alimentar el argumento derechista de la división del país en dos mitades. También hay que contar con las que se desprenden de las presiones políticas y económicas internacionales, con EE.UU. y Alemania Occidental a la cabeza. Y, en fin, la ventaja de mantener la inclusión como una operación de recambio, para el futuro, en caso de ser éste excesivamente problemático. Las razones en un sentido o en otro resultan tan equilibradas que, en el fondo, la opción dependerá, sobre todo, de lo que la ejecutiva socialista analice como objetivamente más beneficioso para el PS. En síntesis, el planteamiento puede ser el siguiente: La inclusión de algún ministro comunista va a afirmar la tambaleante figura de Marcháis en un momentOf en que parece que se va a iniciar un serio debate dentro del PC sobre la política general del Partido. Ya en estos momentos florecen las reuniones de disidentes contestatarios y, en la situación creada, dos soluciones parecen claras para los militantes. Por un lado, se trataría de la sustitución, al menos, parcial de la actual dirección en provecho de la elaboración de una estrategia más o menos «eurocomunista». Por otro, del mantenimiento de la actual con sus características de hoy: disminución del número de militantes, tentaciones «poujadistas» y caza de brujas tanto dentro como fuera del partido, dependencia creciente de Moscú, mantenimiento de las actuales estructuras organizativas, etc. La no inclusión de ministros comunistas en el nuevo gabinete puede ser. en concreto, la «puntilla» para la política seguida por Marchais. Pero el tipo de PC que éste representa le ha resultado extraordinariamente cómodo para el PS y útil a la izquierda, desde un punto de vista electoral, y no sería de extrañar el que los socialistas prefirieran un PC tan fácilmente caricaturizable a otro que le disputara la clientela electoral. Que existe un juego partidista es innegable: también el PC puede, por su parte, intentar capitalizar el triunfo de la izquierda en un primer momento, apuntándose algún ministerio aun sin importancia para, posteriormente, alejarse de los socialistas ejerciendo una postura crítica que intente agrupar los desencantos que toda acción de Gobierno socialdemócrata creará. Y es que toda explosión conlleva, también, su resaca. Nacionalizaciones, cultura y demás Mitterrand ha sido acusado de abrir el camino a un modelo social que, a través del intervencionismo, conduciría a un totalitarismo burocrático. Parte de lo expuesto en el apartado anterior es válido también para éste si no fuera porque, además, el «argumento totalitario», para quien conoce a Mitterrand, no puede menos que hacer sonreír. Nunca como con Giscard la burocracia de Estado alcanzó unos niveles tan abrumadores (sirviendo, entre otras cosas, para enmascarar el aumento del paro), y nunca llegó a operar tan autónomamente — nadie dice anárquicamente, ni que los privilegios de la Administración llegaran a ser abusivos — como con el anterior presidente. Acusar, por anticipado, a Mitterrand de alimentar la burocratización es, ante todo, un sarcasmo. En lo referente a las nacionalizaciones, independientemente de su bondad o su maldad (que siempre se medirá por el rasero de las ideologías concretas), es preciso insistir en que son cuestiones que la Constitución francesa contempla no como algo excepcional, sino dentro de su mecánica normal. Es un resorte económico aplicable a macrounidades que contribuyen a desequilibrar la economía del país. Y Mitterrand cuenta con un predecesor ilustre en estos menesteres: el del general De Gaulle. Su actual aplicación a Compañías de Seguros dependientes de los grandes bancos o a la industria aeronáutica, por ejemplo, se sitúa, estrictamente, en la línea del general. Otro «sambenito» frecuente en estos días, referido a la izquierda y lanzado por la derecha, consiste en mencionar los riesgos de «manipulación cultural» que pueda ejercerse desde el nuevo poder. Para ello, han aprovechado desde el didactismo castrista hasta el realismo socialista, y lo han presentado como la vertiente cultural de la tentación económica «totalitaria» a la que Mitterrand «debe» ceder. No deja de ser curioso observar los juegos malabares de la derecha francesa: es bien sabido que, para ella, cultura equivale a TV, sobre todo, y que en función del tópico de que la información equivale a poder, la derecha es la primera en asimilar cultura con política. En cualquier caso, tanto el tema del control sobre los medios «de información» (con Giscard), «de comunicación» (con Mitterrand) y, en particular, sobre TV, que plantea el tema de que la libertad como derecho constitucional comienza con el derecho a una información no manipulada, como el tema de las «radios libres», parte del primero pero más interesante desde el punto de vista del Derecho Político, centran el interés actual. Es interesante matizar ambos temas. Efectivamente, la TV y parte de las radios francesas han ejercido, de forma a veces esperpéntica, una manipulación que va desde el ignorar noticias o tergiversarlas hasta distraer a la opinión explotando «affaires» sentimentales en momentos de crisis — ¡un recuerdo a Léon Z¡trone, por favor! — , o, más directamente, pasarlas por el tamiz de los comunicados oficiales. Pompidou primero y Giscard después instalaron en el poder a periodistas adictos y ello dio lugar a interpelaciones parlamentarias sobre repartos de tiempo, incensarios benévolos, etc. Son estos periodistas los que ahora, incongruentemente con su propio juego, reclaman el no ser relevados en provecho de una profesionalidad neutra. El conflicto se presentó, de manera aparatosa, cuando el debate televisado Mitterrand-Giscard. Parece que el presidente va ahora a garantizar una neutralidad informativa que comporta el relevo de determinados ejecutivos y periodistas pòr profesionales independientes. Ello va a dar también que hablar. Pero en este apartado hay toda una serie de planteamientos político-culturales en juego. Que comprenden desde las programaciones de «variedades», claramente orientadas últimamente, hasta las que se refieren al concepto tradicional de «cultura»: ¿cómo olvidar, por ejemplo, que los «nuevos filósofos» constituyeron un soporte teórico para un Giscard que presentó a alguno de ellos — y ya que estuvo en Zaragoza, J.-Me. Benoist, por ejemplo — a las elecciones municipales, y que su lanzamiento estuvo muy beneficiado por soportes estatales entre los que la TV jugó un papel destacado? Ahí también ha prometido Mitterrand que algo va a cambiar. El tema de las «radios libres» re¬ sulta igualmente espinoso, si no más. Cuando es monopolio del Estado se pone al servicio de una política de Gobierno, engendra la tentación de que se creen otros servicios al servicio de «otras» políticas o bien buscando alternativas de comunicación. Y la situación actual es el resultado de ese «servise» de un Servicio estatal y de la contradicción basada en el abuso de un monopolio por parte de un Gobierno que se define como liberal en el resto de los ámbitos. El propio Mitterrand participó en ¡a lucha a favor de emisoras «libres» más o menos clandestinas, tal y como se han planteado ya en otros países: Inglaterra, Italia... Ahora, desde el poder, puede adoptar medidas que llenen de sentido común un debate que no interesa sólo a Francia. Allí y ahora Los problemas económicos, ya que no políticos, a los que la nueva mayoría se va a tener que enfrentar, ya eran analizados en el número anterior de ANDALAN. Los hoy reseñados con los más importantes quizás, aunque no los únicos: esperan nuevas medidas sociales, una redefinición de la sociedad militar, un nuevo planteamiento referido a las autonomías regionales, comenzando por Córcega y Bretaña pero sin perder de vista Occitania y el País Vasco francés, el noreste y las regiones lindantes con Suiza, entre otras. Todo ello hace que se avecinen años especialmente intensos a la hora de recuperar el tiempo perdido últimamente. Por ahora, cabe el plantear esta serie de temas a la espera de su desarrollo. Y, en concreto, para la nueva mayoría se trata ahora de madurar, serenamente, el sentido de un cambio que, lejos de ser epidérmico como pudo parecer tras la primera vuelta de las presidenciales, resulta especialmente profundo. Los votos recogidos por el PS son elocuentes: hablan de la necesidad de cambiar la vida política del país para acercarla a la real, de que el cambio lo dirijan quienes lo proponen y no quienes lo aceptan a regañadientes, que ese cambio no se quede en medidas aparatosas pero superficiales, sino que opere en profundidad sobre los problemas reales. De que el cambio, en fin, se interese quizá un poco menos por la idea de Francia con Mayúsculas y más por las francesas y los franceses de a pie. Bastante se ha insistido sobre el hecho de que el programa de Mitterrand es más el de un «socialdemócrata duro» que el de un socialista. Ha bastado la posibilidad de un cambio por muy limitado e inconcreto que resulte, para que en la República Francesa renazcan ilusiones que, desde el 68, habían desaparecido. Experiencia original que merece la pena seguir con mucha atención. DELvA IDIOMAS Escar3,entlo.dcha.Tel.23 2022 RESTAURANTE Casa de Teruel COCINA ARAGONESA Avda. Valencia, 3 Tel. 35 19 54 CD —i D O) O o' D Q) Andalón, 26 de junio al 2 de julio de 1981