Andalán 9 i . , - , Con José Antonio Labordeta, caminaremos Epístola inmoral a Labordeta (De aquellos años pasados juntos en Teruel y su Instituto.) ¿Cómo vas, compañero? ¿Cómo fe van las cosas, cómo vienen a ti las cosas duras o maduras que a rastras acaecen en esta mal llamada primavera? Los miércoles de abril, cuando [atardece, no son moco de pavo para el «alma» (o comoquiera que se llame esa especial, controvertida glándula que a menudo segrega desaforadamente tristeza, soledad, abdicaciones, enconos con efecto retroactivo, ardor, y savia nueva, telegramas ■ al más allá, nostalgia del más pequeño edén abandonado, temor a la inminente llegada del verano, endecasílabos y otras reminiscencias untuosas del uterino mar). Acá me tienes, pues, tan vulnerable al flujo estacional y a los rojizos latidos decrecientes del ocaso, como a los latigazos imprevistos del miedo atrincherado tras siglos de poder. Y desde acá te digo, compañero, desde esta piel tan frágil, desde este luminoso rincón del calendario, desde esta rabia triste que no ceja, desde este carcomido tapiz de esperas y espejismos, ** que ya no puedo más. No sé si tú me entiendes. Anduvimos fortuitamente juntos por algunas veredas del pasado. Arreciaba la noche, ¿lo recuerdas? Allí y entonces era difícil desmayar: los energúmenos vociferaban demasiado claro su caduco pregón. Palos de ciego daban contra las olas irreconciliables y, aplicando el oído a las paredes, era posible percibir su raguñar furtivo por los sótanos buscando una salida de emergencia. Entre burlas y veras, • sobre los taciturnos encerados, dibujábamos mapas de colores impíos y, entre severas filas de pupitres, propiciamos la agreste canción de la [mandrágora y el rojo sobresalto del geranio. No temas que, al socaire del tiempo ido' y la distancia abierta, no deje resbalar por la pendiente confortadora y fácil de la nostalgia epicolírica. Están todos en mí, por algún lado, los abundantes escozores de las claudicaciones cotidianas, los pozos residuales de mil posibles horas inmoladas sobre la turbia paz de las alfombras. Me consta, porque duele, Que una yedra sumisa atenazaba, entonces como ahora, los necesarios estallidos de furia genital y destructora. Hubo momentos y cadáveres que no debieron ser tan sólo lamentados.- Pero la sangre era más alta, y el [muñón más agrio sobre el lienzo. Niégamelo, si puedes, niega la paralela certidumbre del acoso tan con su aquel de espuela, la erección de la sed hasta la [incandescencia en medio, sin embargo, de la lluvia, los nutritivos cierzos estremeciendo, pese a los pesares la vigorosa médula del canto, los días rumorosos y monótonos como granos de uva, tan indolentemente consumidos, la sorna jubilosa con que mayo levantaba los trigos y los veros, la ruda mansedumbre de la arcilla aunando su miseria y nuestros pasos; niega, si puedes, la certeza de la piedra certera contra el salmo y la lección del campesino — con su palabra atada a un palo, al decir del Vallejo — enseñando a sus hijos a callar en voz falta. Me entenderás, espero, si te digo que, en esta mal llamada primavera, en este paisaje de interminables vísperas, de alondras locas y de hogueras súbitas, marginales, de más humo que [llamas, en este amanecer intermitente de cuervos y palomas, de espera espesa y esperanzas bruscas, de no previstos desalientos, apenas hay resquicio para la soledad, apenas hay un hueco para la remembranza, no caben en la esfera los encuentros con la gota de lluvia indescifrable. Y así nos va. Nos vamos confabulando a fuego lento contra los espejismos y el recuerdo, contra el matiz incierto del arándano y la inutilidad de los armarios. ¿Quién no negó tres veces su poderosa vocación oculta de libre cazador por las estepas? ¿Cuándo afirmar las invasiones del húmedo sabor de los orígenes? ¿Y revelar a qué auditorio la enorme hierogamia reiterada del ávido pinar y el cielo enardecido? Perdimos todo aquello. Renunciamos al sol y a las raíces, cambiamos tíarro por asfalto sucio, densidad por anchura, sorda guerrilla provinciana por himnos conciliares y razonables [pactos. Y así nos va. Venimos desfilando de a mil por la arboleda, borrándonos las huellas, pisándonos [las sombras mientras, sobre una rama inalcanzable, disipa impávido su voz un mirlo [antiguo. 9 Y, compañero, callo y me retiro por el discreto margen de esta página. Si otros fueran los tiempos y otro el vino [en el odres, osaría llamarte a que volvieras juntamente conmigo y algún errante más, a revolver el arca frondosa de las fiebres y las vegetaciones iracundas, v en busca de los mapas verdaderos de la historia en que andamos, con sus ríos y con sus afluentes. 4 ver si allí lográbamos descubrir otra [lucha, inventar otra patria,- antes que el tiempo muera en nuestros [brazos. José Sanchís Sinisterra