Aragón Cuando a finales de abril, el Ayuntamiento de Zaragoza anunció un concurso para redactar la adaptación del Plan General de la ciudad a la vigente Ley del Suelo, una señal de alerta destelló en el cerebro de urbanistas, políticos y grupos ciudadanos. Lo que alguien ha calificado como «el último golpe de mano urbanístico de un ayuntamiento cien por cien franquista» supone -ni más ni menos- que un dogal al cuello del próximo concejo democrático, que vería atado y bien atado el desarrollo urbanístico de Zaragoza, convertida entonces más que nunca en auténtica enemiga de Aragón. Plan de Adaptación de Zaragoza: Golpe de mano municipal El texto refundido de la Ley del Suelo de mayo de 1975, que vino a reformar sustancialmente la normativa anterior, concedía un plazo de cuatro años para la adaptación del Plan General de Ordenación Urbana de Zaragoza, redactado en 1968 por el arquitecto aragonés Larrodera. La nueva ley ofrecía, en efecto, diferentes conceptos urbanísticos y una distinta clasificación del suelo, además de fijar unos controles mucho más estrictos sobre todos los planes urbanísticos en ejecución. Hecha la ley... La «madre del cordero» estriba en la distribución que se haga dentro del término municipal de Zaragoza (el segundo más extenso de España con sus 1 .046 Km2) de los terrenos que la nueva ley denomina como «suelo urbanizable no programado»: aquellas zonas donde la urbanización es posible previa redacción por parte del promotor —que puede de un programa de actuación urbanística cuya aprobación -ojo- dependerá del Ayuntamiento. «La recalificación del suelo municipal en el caso concreto de Zaragoza —ha comentado a ANDALAN un experto urbanista— además de no ser tan urgente como pretende el Ayuntamiento, supondría, por ejemplo, legalizar de pleno derecho actuaciones urbanísticas como la de Valdespartera, en franca colisión con el planeamiento pensado para Zaragoza incluso en el «Plan Larrodera». De hecho, los numerosos enmendantes que han recurrido contra el proyecto han destacado que la adaptación es, objetivamente, una auténtica revisión del citado plan, ya que exige, inexorablemente, asignar espacialmente usos e intensidades. además de determinar los sistemas de la estructuración general de ordenación urbanística de la ciudad. El Plan de Adaptación —opina el sociólogo Enrique Grilló— va a beneficiar a los grandes grupos de presión, a las grandes promotoras, aumentando la concentración humana e industrial del término de Zaragoza muy por encima de las previsiones del «Plan Larrodera», que ya consideraba la posibilidad de una macro-urbe con 1.300.000 habitantes». Contra Aragón A juicio de los expertos, el citado plan supone además un fortísimo «jaque mate» al desarrollo del futuro Aragón autónomo, convencido como están de que la revisión no puede efectuarse «sin la perspectiva de un planeamiento superior, comarcal de Zaragoza o territorial de Aragón». «Una vez más —ha comentado a este periódico un economista— se trata de planificar al revés: primero, planeamos Zaragoza y acentuamos su capacidad de «arrastre» de recursos económicos y humanos; en segundo lugar, se acometería la problemática de toda la región... aunque para entonces dudo mucho de que quede tal región». Para decirlo en palabras de un grupo de vecinos que se oponen al Plan de Adaptación: «Sin que el papel de Zaragoza esté definido en el ámbito territorial aragonés, con la necesaria participación de los organismos gestores de la Autonomía aragonesa, resulta improcedente el concurso convocado, del que puede resultar, el crecimiento sin fin de la ciudad cabeza de Aragón, macrocefalia repetidamente denunciada en los últimos años.» No hay tanta prisa La gravedad de las cuestiones es tanta y tan variada que nadie se explica a qué vienen las prisas del Ayuntamiento de Zaragoza por sacar adelante cuanto antes —en plazos que los técnicos consideran «ridículos e insuficientes»— un Plan de Adaptación como el propuesto. Aparte de que hasta mayo de 1979 no finaliza la fecha fijada en la nueva Ley del Suelo para hacer la adaptación, se previene una moratoria de dos años en casos justificados. Y el de Zaragoza, ajuicio de muchos, lo es. Quedan por ejecutar, por ejemplo, alrededor de 30 planes parciales —todos ellos ya redactados— y no existe una necesidad de suelo edificable que no puedan solventar, a corto plazo, estos polígonos. «Por esperar seis meses —opinaba uno de los dirigentes de la Federación de Asociaciones de Barrios, que va a iniciár una campaña sobre el tema— no va a pasar nada. Muchos zaragozanos hemos esperado más, mucho más tiempo a que se construyan parques, escuelas y servicios indispensables en nuestros barrios. Da la impresión —agregó— de que existe una carrera contra reloj para dejar al próximo ayuntamiento democrático atado de pies y manos en materia de planificación urbana». El que no se tenga en cuenta la opinión de los partidos y grupos ciudadanos —que han protestado en el exiguo plazo de 8 días que el Ayuntamiento de Zaragoza ha concedido para las reclamaciones— así lo hace temer. Aunque los tiempos —y esto lo sabe muy bien la Unión de Centro Democrático a la que pertenece el alcalde de Zaragoza, Miguel Merino— no están para estos bollos. L. R.S. La emigración aragonesa M.a Teresa Aznárez Jarne Voluntad de entrega Sólo entonces, de niña, cuando en ocasiones iba al monte cercano con alguna amiga, se ha sentido libre y despreocupada. Hay en ella un matiz de añoranza al rememorar esa breve plenitud hecha de asombros infantiles. A los once años está de niñera en Jaca. A sus catorce se traslada a Barcelona, donde por espacio de una decena sirve en varias casas. No guarda de esa experiencia una sensación de inferioridad, sino de menoscabo a su libertad personal. Un gesto de indiferencia -que puede traducir sentimientos de más negativo calado- acompaña la mención de su largo convivir en hogares ajenos. Nació en 1943 en Embún. provincia de Huesca, la mayor de siete hermanos —seis hembras y un varón— de una familia campesina con notable patrimonio, que una mala administración lleva en poco tiempo a la ruina. En 1967 deja el servicio doméstico, trabaja cinco años en una tintorería hasta que la empresa cierra por dificultades económicas. En la actualidad, tras pasajeras ocupaciones, realiza pequeñas labores de confección en su domicilio de San Cugat del Valles, lugar próximo a Barcelona, donde vive con su hermano, a la busca de algún trabajo estable que le proporcione seguridad para el mañana. Domina en ella un sentimiento maternal, protector, ejercitado al acudir en ayuda de sus hermanos conforme emigran a Barcelona. Esta dedicación ha frenado sus iniciativa, acortando sus posibilidades, tanto de tipo laboral como sentimentales —apenas alternaba en sus días de descanso, acupada en orientar a los suyos—, y, aunque era consciente de que su juventud se iba, le podía más su devoción que sus anhelos. Cree que la sociedad es dura, injusta, que la bondad en los individuos escasea, y ve al hombre como un ser egoísta, poderoso, que hace y deshace a su conveniencia y antojo. Y, sin embargo, acepta, no se rebela, ¿para qué?, dice, sería inútil. Sus contradicciones, plenamente asumidas, ahorman y complican su carácter. Le apasiona la vida, no teme el esfuerzo diario para subsistir, pero en ocasiones ha sentido un acuciante deseo de desaparecer, «si ahora me quedara muerta, qué felicidad». Se considera católica, pero no es practicante. La comunicación, el trato social, le resultan confortadores, y, sin embargo, aislada, carente de amistades, se ha hecho a la soledad. La imaginación le salva del tedio, fabricando un hilo de imágenes que la vida real le ha negado. Teniendo en cuenta su falta de estudios, sorprende su castellano pulcro, incluso rico, que procede de sus lecturas, intermitentes aunque nunca abandonadas. Biografías, «La historia de San Michel», «El abogado del diablo», «La montaña mágica», «El decamerón», figuran entre las obras que ha leído. En su vida sentimental, no rehuída, se adivina alguna experiencia intensa, corta y frustradora. Cierto despego expresivo —más contención que frialdad—, unido a su manifiesta superioridad sobre la mayoría de los hombres de su clase, deben de haber originado un mutuo desencaje. Espontánea, con un elevado concepto de la dignidad que, sin llegar, roza el orgullo, sometida al servicio ajeno por necesidad y a la ayuda desinteresada por afecto, la adversa circunstancia de esta mujer deja un poso de rabia y desasosiego. Ramón Gil Novales ANDALAN 7 1