Cultura Ahora, que ha descendido el calor primaveral que nos descubrió la obra de los muevos filósofos», es tiempo de recoger lo que seguirá siendo noticia. Se ha evaporado la pasión comercial de su apresurada importación; germina el sentido escasamente revelado de su extensa producción, considerados como grupo heterogéneo —desde Glusksmann, aunque le pese, a Henri-Levy pasando por Benoist . Fambert o Lardreau. os viejos filósofos de nuevo (Hijos naturales de una pa[ja diabólica, el fascismo y estalinismo, como se autolilifica el autor de La barbacon rostro humano, ejer;ntes de intelectuales, maes)s del desencanto al haber io educados en el marxislo, escuela de la desesperapn como subraya Glucks[ann en La cocinera y el dearador de hombres. Fotògrafa apenas insinuado en tansería fundamental el ori;n de su calvario, 1968, dato ^velaíor donde les haya, y le ha servido para orquesjir publicitaria y políticamenla campaña más tenazmentergiversadora del nunca [vidado mayo y, a un tiem), para advertir a herederos kcorregibles que viejos lídeps de entonces han comprenido por fin que nada es po¡ble o que es posible muy )co o que todo preferible a Revolución, drama insuteccional que oculta el abebdario de la engañifa. Carnet de identidad que popa completarse con unos revés datos de afiliación Mide sería preciso reseñar convivencia teórica con los )stulados de H. Marcuse, fiira asimilada como líder de que nos parece secundario aquellas fechas; con los eslemas sociológicos de A. iuraine que anunciaba el hoíonte de un nuevo tipo de kiedad — la sociedad postIdustrial— , la sociedad propinada; de Althusser de lien Henri-Levy asegura que pn todo caso, he estado a mto de debérselo todo» (páína 183); de Foucault a quien }man prestados los nuevos Eósofos buena parte de sus |rminos. Filiación brevemenreseñada a la que habría ie añadir, seguramente, una tt"ga de anecdótico maoísmo lúe dio, no obstante, un ito político y teórico tan aportante como El discurso la guerra (1968), e, inevitapmente, Vietnam, Kolyma, jaga, Hiroshima y un muy Pgo etcétera indiscriminado [vehemente. M pretenden enseñarnos los nuevos filósofos Si fuera posible encontrar la columna vertebral de lo que ha guiado mayoritariamente su reflexión hasta el presente diríamos que se trata de una reflexión sobre el Poder. Nos encontramos ante una presuntuosa labor arqueológica que identifica los orígenes de «una época de barbarie que ya, en silencio, ha hecho la cama a los hombres» (La barbarie..., pág. 9) o que clama la provocadora denuncia del totalitarismo que nos invade en la doble car? que arrastramos (cfr. Los maestros pensadores, páginas 248 y ss.). Búsqueda denunciadora que encuentra en los maestrospensadores desenmascarados por Glucksmann, de Fichte a Nietsxche, el descubrimiento de una identidad básica que los Estados Mayores ejecutan obedientemente. Inspiradores algunos del 89, ellos son los que defienden la instáuración del Terror y configuran el arquetipo de la Revolución que Lenin llevará al 17. Por esta acrobacia circense, la búsqueda de un origen — el del Terror Burgués — se transforma inapelablemente en la crítica a un proceso revolucionario determinado por sus padres naturales. No era posible otra cosa: el Gulag estaba en Lenin y en Marx, y anidó en ellos por su absoluta vinculación continuadora de la tradición. Así se inicia lo que parece ser obsesión clave de la muy significativa arqueología: la vacunación antimarxista, la vinculación especulativa Lenin-Marx hacia atrás. Todo estaba perdido. Parecerá obvio que, siendo así configurado el eje fundamental, los dos temas ocasionalmente secundarios del enseñamiento teórico de los «nuevos filósofos» vayan dirigidos contra las bases necesarias en la realización de un nuevo proyecto social. Por un lado, la ambigua denuncia del olvido de las masas, del espíritu de la «plebe», oscuridad sin nombre de las revoluciones, personaje olvidado de los procesos políticos como recuerda Glucksmann; en segundo lugar, el sentimiento contra el modelo de organización leninista, asenta¬ do, nos dicen, sobre un esquema que reproduce la estructura de la sociedad burguesa y destinado a poner en práctica una moral esclavizadora de las masas, en la recuperación de los más vulgares tópicos referidos a los modelos y organizaciones socialistas y comunistas. Es importante, ahora, dejar constancia de hechos que no pueden pasar desapercibidos a una lectura atenta. 1. Que el oscuro personaje de la literatura de los «nuevos filósofos» es Lenin. Las cartas estaban marcadas por los maestros pensadores; y Lenin es su profeta. 2, Pero es que el marxismo, nuevo opio de los pueblos, sustitución de la religión como nos dice Henri-Levy, no es un pensamiento para la revolución; ni siquiera una revolución del pensamiento. Es el jacobinismo necesario con posterioridad al 89. Qué debemos hacer según los nuevos filósofos Se instaura la decenaria proclamación de Cohn Bendit: llevaremos la crítica hasta el paroxismo. Nada de modelos transitorios que se oxidan. O todo o nada. Pero como el Estado se fortalece, como aprendieron algo en el 68, lo, más probable es que nada: la reivindicación glucksmanniana del despertar del espíritu de la plebe, la consoladora visión moralista de Henri-Levy, el mesianismo utópico. Acusemos que no nos den la luna. Y si no hemos sido capaces de alcanzarla el único culpable es Lenin, el materialismo histórico, Marx. Acusad sin fusiles; la pólvora jacobina engendra la continuidad del Terror. La muestra es el Gulag. Para ellos, quizá valdría aquella observación, con setenta años de historia: «Todo aquel que, por poco que sea, esté familiarizado con la literatura filosófica, debe saber que difícilmente se encontrará en nuestros días aunque sólo sea un profesor de filosofía que no se dedique, de manera directa o indirecta a refutar el materialismo»; y ellos, muy viejos ya, empeña dos en dar la razón al pobre Paul Nízan. El viento del otoño se lie vará seguramente sus nom bres, dejando sus libros decrépitos prematuramente. Vol verán a la carga, disfrazados de técnica, de ciencia, de li teratura. Debe continuar la esforzada Cruzada. José L. Rodríguez Anarquía y cristianismo, según Orensanz Desde hace pocos días se encuentra ya en las librerías el más reciente trabajo del sociólogo altoaragonés Aurelio Orensanz, «Anarquia y cristianismo» (1), sin duda el primer intento español de abordar, desde una perspectiva sociológica, dos instancias tan aparentemente contradictorias como son el cristianismo y el socialismo libertario. El libro -que, lógicamente, bebe en los más serios precedentes históricos en este campo como son Manheím, Block, Cohn, etc.- viene a ser como un viento Iresco en un panorama ya casi saturado en el que la dialéctica llegaba, como mucho, a un cristianismo-marxismo, con ribetes de sospechoso silencio sobre todo lo referente a la anarquía. Según el propio autor del libro, el trabajo habría venido motivado, esencialmente, por la necesidad de abordar el tema desde una perspectiva sociológica ya que «los tratamientos hechos hasta ahora partían de una gran carga posicional, tanto desde el punto de vista teológico como político». La idea del abordaje del tema estuvo en última instancia catalizado por los recientes contactos de Orensanz con un grupo de anglicanes anarquistas que, desde hace un tiempo, vienen trabajando en esta dirección. «Es realmente curioso observar —asegura Orensanz— cómo sobre el concepto de Historia, tanto el pensamiento revolucionario (y por ello entiendo el libertario, el socialismo utópico y radical) como el cristianismo, son radicalmente escatológicos. El primero tendría una visión del tiempo cargada de una dirección decidida e inexorable. No sería un tiempo circular sino lineal. En el cristianismo es eso, curiosamente, lo que se ha estado enunciando a través del concepto de «reino de Dios». Porque, al margen de concepciones pietistas —que no son, en definitiva, mas que simples caricaturas—, lo del «reino de Dios no está referido al «cielo» sino «en el cielo y en la tierra», en este mundo, con una relación entre el «aquí» y el «mas allá» no clarificada aún —la verdad sea dicha— por los «teólogos». «Creo —continúa— que a nivel de concepto de Historia, tanto en el pensamiento revolucionario como en el cristianismo -actuaría esta concepción insobornable, lanzados a la consecución de una sociedad radicalmente nueva. Y está claro que si se adjura de este, viene el colapso, el momento en que ambos se «instalan». Pasó con el socialismo, en la dirección observada por Bakunin en torno a 1870 y pasó con el cristianismo «instalado» en la Rusia zarista, en la Latinoamérica colonizada, etc.» «El libro —añade— intenta reflexionar sobre el contencioso que se plantea entre ambos conceptos —anarquía y cristianismo- y un tercero, el pensamiento revolucionario. Historia, poder y humanismo son cosas que, aparentemente, dividen a los dos, pero es curioso observar cómo toda la tradición revolucionaria de los últimos años, lejos de esclarecer, no sólo lo ha dejado en el aire sino que ha venido a oscurecerlo. Y esto es lo que están planteando Althuser, Lefévre, Coletti, etc. Pienso que el pensamiento revolucionario de 1919 ha tenido muy en cuenta la idea matriz del cristianismo como contraimagen. Lo que Marx o Bakunin veían en las iglesias era una simple caricatura del cristianismo primitivo. Es por esto que lo que hay que someter a revisión es el propio concepto de cristianismo, ya que 1919 cogió al cristianismo en uno de sus peores momentos teológicos y de identificación histórica». El Estado y el concepto de Dios «En cuanto al concepto de Estado -concluye el autor- pasa lo mismo que con el concepto de Historia. La tradición socialista libertaria ha sido insobornable al respecto y esto es una aportación descomunal del siglo XIX. En este sentido, el cristianismo tenía muy poco que decir entonces porque estaba validando las estructuras de Poder. Pero el primitivo cristianismo tiene un anuncio explícitamente libertario: el texto del Antiguo Testamento de el final de la Ley. En San Pablo no es la Ley la que gobierna sino un consenso de entendimiento. En este sentido, la misma Apocalipsis puede ser considerada como un auténtico panfleto antiabsolutista. Hay que recordar que el primer cristianismo no se escandaliza de la cultura grecorromana más que en este punto concreto: el absolutismo del Estado. En Aragón, sin ir más lejos, se supo, con posterioridad, de algún que otro rebote de tipo apocalíptico como fue el momento de la influencia albigense». «En cuanto al concepto de Dios, el pensamiento revolucionario ha visto tradicionalmente en él el absolutismo puro y la negociación del humanismo. Ahora bien, ese concepto de Dios con el que trabajaron los revollicionarios del XIX ¿sigue vigente? Los anglicanos, concretamente, han venido diciendo que ese Dios patriarcalista de la tradición judaica ha de quedar a un lado para dar paso a un Dios matriarcalisla, horizontalista, el Dios del amor, del nosotros, de la fratría, un Dios que sólo puede ser conocido a través de los hombres (y esta última es una de las más importantes aportaciones de Ortiz Osés). Este Dios viene a ser el Dios de la igualdad y la pluralidad total». José Ramón Marcuello ANDALAN 11