6 siiHlalán LOS CASTILLOS DE ARAGON mejor reúne todas aquellas por Álcayde El CasteUar "Hoy no sirven absolutamente para nada; pero están ahí" Museos locales, centros culturales y recreativos, paradores [son soluciones! Graves y cañudos, mostrando sus jirones cual hidalgo empobrecido, encaramados sobre ásperos cerros, vigilando desfiladeros o emergiendo del caserío agazapado a sus pies, en actitud antaño altanera, hoy implorando humildemente un poco de respeto, los castillos de Aragón están ahí como un mudo testigo de nuestro pasado. Hoy no sirven absolutamente para nada, pero ¡están ahí! Son una parte nada despreciable de nuestro acerbo histórico-monumental con igual derecho que iglesias y monasterios, palacios y edificios públicos, pero en este aspecto, les ha correspondido el papel de la Cenicienta incluso en la apreciación por la mayoría de los tratadistas de nuestra riqueza monumental. Ese desdén no es privativo, ni mucho menos, de Aragón, aunque haya algunas honrosas excepciones dentro de España, pero la tónica general es de que «valen poco». Cierto es que la mayoría de los castillos no tiene. Intrínsecamente, la valía artística de otros monumentos más brillantes, pero su enraizamfento en el lugar les concede una objetivación de alto sentido simbólico. Podrá parecer un signo de oscurantismo, de estéril apego a cosas periclitadas el intentar despertar un sentimiento, de respeto hacia los castillos y antiguas murallas de nuestras poblaciones, de que significan algo muy nuestro. Podrá parecer un signo retrógrado incompatible con la mentalidad actual que, lógicamente, mira al futuro. Hasta casi despierta una sonrisa compasiva en el que oye algún tímido alegato en favor de tal o cual de estas desmoronadas antiguallas. Sin embargo, no hace falta ser un experto para descubrir que los países donde más se aprecian, se procura conservar en mejor estado y dar una conveniente aplicación a los castillos medievales, son precisamente los más industrializados y que profesan mayor amor al progreso, tanto en autopistas y número de ordenadores como en audaces soluciones para cualquier tipo de construcciones de vanguardia. Cualquiera que se haya paseado por los países del Mercado Común Europeo, e Incluso los demás hacia el este, podrá comprobarlo. Tampoco hace falta apelar a los países que superan los mil dólares de renta per càpita; nuestra vecina Portugal nos proporciona otro buen ejemplo. Y dentro de nuestra España, a pesar de la general indiferencia, tampoco son las regiones o provincias «atrasadas» donde se realiza desde abajo, no sólo desde arri¬ ba — pues sería inusto desconocer la meritoria labor de los organismos estatales competentes — , alguna labor positiva en favor de los castillos. Cierto es que tales atenciones van íntimamente ligadas con las disponibilidades económicas y que es más urgente costear obras de infraestructura o de saneamiento, pero hay algo de carácter sentimental del que no podemos dudar: que forman una parte nada despreciable de nuestro patrimonio regional y que, al menos, debe inspirarnos respeto y no desprecio, y úna positiva voluntad de que no perezcan. Esto último es aplicable precisamente a los vecinos de las localidades donde existe algún castillo, torre o muralla; que forman parte de su fisonomía local, que es algo «suyo» que deben respetar y del que deben sentirse orgullosos, y no considerarlo como un muladar o cantera gratuita o un estorbo para las apetencias de los intereses privados que pretenden «realizar» su solar con el falaz pretexto de que «perturba los planes urbanísticos». Son, junto con la iglesia parroquial, lo único que suele salvar a la mayoría, de los pueblos de Una anónima vulgaridad. Escribió Ortega y Gasset: «En esta caza de paisajes que es la excursión, las piezas mayores que cobramos son los castillos y las catedrales. Es el caso que pasan ante nosotros vistas mucho más delicadas por sus formas y cromatismos. Sin embargo, la aparición descomunal, monstruosa, de la catedral o del castillo sobre la línea mansa del horizonte nos hace incorporarnos, poner alerta la pupila, prestos a disparar la fuerte emoción». Es evidente que no se debe pasivamente esperar todo de los poderes públicos, y conviene mentalizar que cualquier ruina de otros tiempos, debidamente atendida, adorna más la localidad que un insípido monumento de nuevo cuño, por no hablar de algún pretencioso aprendiz de rascacielos. Son los propios vecinos los que deben sentirse honrados por la perduración de aquellos antiguos vestigios, aunque no alcancen la categoría monumental de los castillos de Loarre, Mesones y Valderrobres, o de las murallas de Albarracín y Daroca. ¿Qué mejor monumento para recordar el Compromiso de Caspe que el restaurar las ruinas de la sala del castillo donde aquél se celebró, que «todavía» se puede reconocer detrás de la iglesia colegial con las medidas exactas que consignó el cronista Labaña? Y para honrar la memoria del papa Luna, nada mejor que el de arbitrar un digno e idóneo destino para el castillo-palacio de lllueca donde nació, en lo Cual no haríamos sino proseguir lo que los castellonenses han realizado en el castillo de Peñíscola, donde murió. Lo mismo podríamos decir con otros castillos muy vinculados con otros ilustres personajes de la Historia de Aragón, aunque no hubieran nacido precisamente en ellos: Montearagón respecto de Sancho Ramírez, Biel respecto de Alfonso i el Batallador, Monzón respecto de Jaime I el Conquistador, Uncastillo respecto de Pedro IV el Ceremonioso, el gran maestre Fernández de Heredia respecto, del de Mora de Rublelos, y no vale la pena hablar del castillo de Siétamo respecto del conde de Aranda, pues la guerra civil y la piqueta se encargaron de borrarlo. El recuerdo del gran Quevedo todavía flota en el castillo-palacio de Cetina, escenario de su boda con la propietaria de éste. En otro orden de cosas, las leyendas heroicas de Sobrarbe están materializadas en las piedras de la fortaleza de L'AInsa, y las de Aquelarre todavía impregnan las ruinas de los castillos de Trasmoz y Boltaña. Zuda de Hue^a, en las murallas de Teruel y Daroca y en la fortaleza de Uncastillo. La iniciativa privada ha actuado brillantemente en el castilio de Mequinenza —aunque acometida por una entidad no aragonesa, pero bienvenida sea—, en la cindadela de Jaca y en unos pocos castillos menores: Calatorao, Torres-Secas, Paúles. Según recientes noticias, se va a acometer el reconocimiento arqueológico de las ruinas del castillo-abadía de Montearagón. Obras parciales se han realizado en los castillos de Monzón y Albalate del Arzobispo. Sin embargo, el optimismo decae ante el estado de otros ejemplares de notoria importancia: lllueca, Sádaba, Mora de Rublelos, Valderrobres, Caspe, Maella, Calatayud, Cetina, las grandiosas torres o «donjones», de Biel, Abizanda, Navardún, Godojo, etc. El grave problema que plantean ios castillos que por su meritoria fábrica merecen restauración es su presunto destino, no siempre claro. La panacea del Parador de Turismo se ha ensayado en varios castillos españoles; en Aragón, sólo en el de Alcañiz, pero es viable para bien pocos más, pues deben reunir condiciones especiales que podemos resumir en tres. Primera: Tener real- , desde Uricnlc Tampoco se puede pretender el recomponer, con integral ortopedia, muchas de estas ruinas con mejor voluntad que acierto, como ya ha habido algún caso. Si exceptuamos los ejemplares principales, acreedores por su propio mérito de especial tratamiento y adecuado destino según disponibilidades presupuestarias, en los demás casos — la inmensa mayoría — sólo bastaría unas mínimas atenciones, dictadas por el propio afecto de los vecinos hacia algo «suyo», para evitar su derrumbamiento, y que aquella silueta medieval que le caracteriza continúe siendo el símbolo de que el lugar cuenta con bastantes siglos de existencia y no es un advenedizo. No es propio de una publicación de carácter general el insertar fatigosas disquisiciones eruditas sobre tal o cual castillo de Aragón. Más adecuado parece el exponer un breve panorama sobre los ejemplares principales que existen y sus posibles soluciones. Frente a 'lo que pueda parecer a primera vista, el panorama no es tan desolador en algunos ejemplares de primer orden — Loarre, Alquézar, Mesones, murallas de Albarracín y Daroca — que muestran un aspecto digno, aunque susceptibles de mejoras, y lo que es más esperanzador, inspiran afecto y respeto entre los naturales de la localidad. Los servicios estatales han devuelto su integridad al polimorfo castillo-convento de Alcañiz y trabajan activamente en las murallas de la Aljafería de Zaragoza, en la mente prestancia, dimensiones y estructura de verdadera residencia señorial, no de un escueto puesto militar. Segunda: Que las obras inherentes a esta adecuación no vayan a atentar su antigua organización y elementos, en cuyo caso sería preferible que el castillo continuará abandonado, caso típico en los ejemplares más antiguos — Loarre, Monzón, Sádaba, Alquézar, etc.— cuyas estructuras-, mayormente mánicas, son absolutamente ¡nade cuadas para las exigencias de hostelería. Tercera: Que estén en clavados en comarcas que ofrezcan atractivos turísticos, de cualquier orden pero de cierta consistencia, para asegurar un mínimo de rentabilidad, o bien que estén situados junto a, o a escasa distancia de una carretera bastante frecuentada. El castillo de Mora de Rublelos es, por todos los conceptos, el que ro¬ la del cienes; el encanto de la serrant Maestrazgo y su proximidad a un» proyectadas pistas de esquí refo zan su candidatura, que sería ei lentemente acogida por la cliente^ mayormente valenciana, que acude J aquellos bellos parajes. También P| hermoso castillo de Valderrobre, atraería hacia las sierras del sal. El de lllueca podría promocionar una demasiado desconocida y exte sa comarca de las sierras ¡béricl! El de Cetina podría beneficiarse de su proximidad a una carretera tñm frecuentada, aunque haya perdid muchas probabilidades por la coij trucción del parador de Santa Marit de Huerta. Los castillos de Anón, en la zona del Moncayo, y de Bínies a la entrada del valle de Ansó, tam. bién podrían ser habilitados por su buena situación y estructura adecúa, da, condiciones que también reúne el palacio de los marqueses en Ayerbe. Las murallas de la fortale. za de L'AInsa podrían ser digno mar' co exterior para un edificio turfstico de nueva planta que en nada alteraría a aquéllas y podría benefi. ciarse de su excepcional situación geoturística. Alguna vez se ha hablado sobre las excelentes condiciones que reúne Monzón por su pujanza demográfica y su situación en carretera muy frecuentada; es evidente que el castillo de los Templaríos es artísticamente" inadecuado, pero cabría la solución mixta ya realizada en Monterrey y otros lugares: levantar un nuevo edifico al pie del cerro que se beneficiaría de su inmediación a la antigua estructura románica de aquél, debidamente acondicionada para la visita, Algunos castillos de importancia artística que estén situados dentro de localidades de crecido vecindario podrían ser adecuados para centro cultural o recreativo e incluso Incipiente museo local. La restauración del castillo de la Orden de San Juan es el mejor monumento que Caspe podría erigir en memoria del Compromiso. En similar situación expectante están los notables castillos de las populosas villas de del Arzobispo, Maella, Sádaba, Uncastillo. Finalmente, en los castillos situados junto a localidades muy pe queñas, o muy aislados, sólo cabe una consolidación dictada por el mérito que el edificio tiene por. sí mis mo, y cuya destrucción acarrearía un gravísimo daño al atractivo del lugar: Loarre, Montearagón, Biel, Abizanda, Navardún, Luesia, Godojos, Muro de Roda, Marcueilo, Peracense (Sierra Manera), Aliaga, Mesones de Isuela, Monreal de Ariza, Alcalá it la Selva, Puerto Mingalve, etc. En el castillo-colegiota de Alquézar, per sus tesoros artísticos, podría muy bien habilitarse un museo local. En algún caso, castillo de Borja, sólo cabría una investigación de carácter arqueológico. Quedan todavía las murallas y puertas que rodeaban las localidades importantes. Su utilidad actual & nula salvo por el singular ornato P confieren a su fisonomía. Cualquie ra que haya visitado Daroca, Albfr rracín, Calatayud, Sos, AInsa, Mos quémela, Cantavieja, MIrambel, Mora de Rublelos, Villarroya de la Sle rra, etc., más los vestigios que t0 davía muestran Zaragoza, Huesca, Teruel, Tarazona, etc., podrá atésti guar su enorme valor ambieníai- Ákaníz