8 ■iiilsiláii economia Ser hoy regionalista, sentirse aragonés y amar a nuestra región sólo tiene sentido si lo que se entiende por ello es querer un mayor desarrollo económico, político, social y cultural de Aragón. Que ese desarrollo se haga en beneficio de la mayoría y no de unos pocos. Que ese desarrollo esté fundamentalmente en manos de los propios interesados; que seamos los aragoneses los que decidamos de nuestros asuntos. Implica laborar por un Aragón democrático en una España del mismo signo. Es querer ser protagonistas de ese desarrollo. Conseguir un Aragón así resulta totalmente impensable al margen del conjunto del país. No ya sólo porque la inviabilidad de alcanzarlo es evidente, sino porque dado el grado de interdependencia económica, social, etcétera, existentes, el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y otros factores, un Aragón «independiente» (imaginado ese supuesto) significaría más un retroceso que un avance. Por eso sería hoy retrógrado y conservador cualquier aragonesismo que abogase por el cantonalismo o, aún peor, por el separatismo. Pero ese mismo razonamiento lleva de la mano a concluir que no es posible el regionalismo a que nos referimos, que no es posible ese Aragón, sin modificaciones estructurales de ámbito general, en Id político y en lo económico. Y es interesante señalar que ilusiones de este tipo pretenden hacérnoslas creer, con más insistencia últimamente, determinados sectores de Madrid y en nuestra propia región. Buscar solución a los problemas de Aragón significa plantearse primero dar respuesta a los problemas generales que afectan a todo el país, con So que se resolvería en buena parte lo regional. Por otro lado, logrado el nuevo marco general, se habrían creado condiciones para abordar las necesidades específicas de Aragón. Y si resulta objetivamente incuestionable que al no tener estructuras similares a las dominantes en el área geográfica en que está enclavado nuestro país es un freno para nuestro desarrollo económico — tanto en lo interior (por múltiples razones) como en lo exterior (al quedar marginados del Mercado Común) — ; si esas formas europeas son además por sí solas una gran conquista de la humanidad, alcanzarlas pasa a ser en lo inmediato el nudo de la cuestión, lo fundamental en estos momentos. En lo que a las regiones se refiere — en este caso para Aragón — se plantearía que las referidas «conquistas formales» generales deberían ampliarse con una descentralización política y administrativa, con una autonomía regional, cuya concreción y amplitud sería cosa de decidir entre todos. Como elemento central habría que contar con una asamblea regional — organismo decisorio y no consultivo— elegida por sufragio universal; las autoridades a niveles provincial, local, etc., habrían de ser designadas de igual manera; gestión colectiva de los municipios, etc. Volviendo de nuevo al plano general de todo el país se hace necesario remarcar que, si bien son esenciales esas mutaciones, no son suficientes. Porque en lo económico habría que plantearse por qué vía se realiza el desarrollo y en beneficio de quién. Y es claro que la inmensa mayoría del país está interesada en un desarrollo para todos, que no se haga en el exclusivo interés de los monopolios. Es decir, habría que abordar entonces la etapa de la democratización también en el plano económico. Y ahorro al lector el detalle de las medidas generales a adoptar y que como resultado fundamental, deberían alcanzar la nacionalización de la banca, la nacionalización de los monopolios y la supresión de la propiedad latifundista. En cuanto a las regiones, es conveniente detenerse un poco en cómo está planteada su situación en los países de nuestra área en el terreno de la economía. El desarrollo económico en estos países se está realizando por vía monopolista, según las leyes del «capitalismo monopolista de Estado». Eso se traduce en que, dentro de un proceso de concentración creciente del capital monopolista, los monopolios realizan las inversiones con el criterio de obtener el máximo beneficio para ellos; al mismo tiempo, utilizan el apa» rato del Estado — que dominan y cuyo papel es cada vez mayor — para que lo fundamental de las inversiones públicas se canalice también en la dirección de sus intereses. Ese es el factor determinante que produce, además de otros daños, graves desequilibrios regionales; que en un mismo país haya reglones desarrolladas y prósperas junto a otras que padecen un empobrecimiento progresivo; que algunas regiones lleguen a estar en situación que podría calificarse de colonialismo interno; que incluso dentro de una misma región las diferencias sean tremendas. El desarrollo desigual de las regiones EXTRA supes R e g ■ I o n a I ■ i s m o P y I s m o liega a constituir un freno para el mismo desarrollo capitalista del país; esa es una contradicción del desarrollo capitalista que ese sistema puede paliar pero nunca eliminar. El nivel alcanzado' por las fuerzas productivas en esos países crea la necesidad, de una parte, de grandes mercados; pero, pon otra, de un desarrollo intensivo y armónico en las regiones. Esa situación, junto a un centralismo creciente, es lo que está poniendo sobre el tapete con tanta fuerza el problema regional; es la que está en el origen del despertar del sentimiento regional y de los movimientos regionalistes en toda una serie de países. Un verdadero desarrollo de las regiones exige que el criterio general con que se hagan las inversiones no pueda ser el del beneficio de los monopolios, sino el de la rentabilidad social. Ello implica, primeramente, que el desarrollo económico se realice por vía democrática. En segundo lugar, dentro de ese contexto de democracia económica, con autonomía política y administrativa para las regiones, que haya una amplia reglonalización económica; esto es, que las regiones sean en gran medida promotoras, gestoras y responsables de su propio desarrollo económico. Así, por ejemplo, habría que hacer, como medidas a tomar en la etapa de democracia económica y política, que los problemas económicos y sociales de las regiones sean abordados en primer lugar por las propias regiones y resueltos a esa escala en la medida de lo posible (para lo que habría que dotarlas de recursos financieros suficientes); institucionalización de la propiedad regional; reglonalización de los planes de desarrollo (que a escala de todo el país habrían de ser democráticos), etc. Ese marco político y económico que hemos apuntado permitiría también a la región enfrentarse en mejores condiciones con el desarrollo social, con las necesidades sociales. En lo cultural, solamente la autonomía que defendemos puede hacer realidad una verdadera cultura en las regiones; una cultura que tenga sus fuentes y su fundamento principales en la vida misma regional y que a enriquecer aquélla vaya dirigida; lo mismo para la actividad creadora. De ahí también que haya que regionalizar la Universidad. Y finalmente, algo que es esencial. Además de la democratización general, la autonomía conduciría a los habitantes de las regiones a ser protagonistas de su propia historia, constructores y responsables de sus regiones. Les permitiría entroncar con su pasado, encontrar en sus raíces históricas, en sus tradiciones progresivas, un motor para construir el futuro. Esto es especialmente importante para régiones que, como Aragón, a sus características de región geográfica y económica une la de región histórica. Así recobraríamos los aragoneses nuestra propia identidad, nuestra conciencia regional, tras siglos de brutal centralismo y habiéndose formado el Estado nacional burgués, fundamentalmente por vía coercitiva y por monarquías extranjerizantes. Por eso, el regionalismo que propugnamos no tiene nada que ver con ningún provincianismo nostálgico del pasado, ni con ridículos folklorismos o culturalismos trasnochados. Con las medidas que hemos propuesto para todo el país y una autonomía regional, cuyo contenido podría resumirse en la fórmula «a Aragón los asuntos de Aragón», sería posible acometer la solución a los difíciles problemas que tiene ante sí nuestra región. Por no citar sino algunos, la despoblación y descapitalización crecientes de la mayor parte de Aragón, con la desertización de amplias zonas; la insuficiencia de los regadíos y la delicada situación que van a crear los trasvases del Ebro; la escasísima industrialización de la región y la carencia casi total de industrias básicas; el desmesurado crecimiento, por otra parte artificial y a costa del resto de la región, de Zaragoza capital; la venia de nuestras riquezas turísticas al extranjero. Todo ello sin hablar de los problemas sociales tales como salarios, sanidad, enseñanza, vivienda, que afectan de manera especialmente grave a los trabajadores de la ciudad y del campo. El regionalismo ha de ir hoy, pues, con la marcha de la historia, con el progreso, con el avance de las fuerzas productivas. Y los signos de este tiempo expresan la exigencia de dar satisfacción a las necesidades materiales y espirituales de la inmensa mayoría, junto a que sean los pueblos los que rijan sus propios destinos. El regionalismo no puede ser una opción romántica sino un programa de actuación. En última instancia, en esta cuestión del regionalismo como en las demás, todo estriba en que pueda decidir el pueblo. VICENTE CAZCARRA SALA LIBROS AHMED M. NAVAR 15 de diciembre 30 de diciembre Fuenclara, 2 H2SP2RIA LIBRERIA Plaza José Antonio, 10 ZARAGOZA PORTICO LIBRERIAS Le ofrece la adquisición de sus libros en DOCE MENSUALIDADES SIN INTERESES SIN GASTOS SIN AVALES «CREDITO CULTURAL» en colaboración con ía CAJA da AHORROS de la INMACULADA PORTICO 1 - Costa, 4 PORTICO 2 ■ Dr. Carrada, 10 PORTICO 3 - P!. S. Francisco, 17 ZARAGOZA □ vive al d ía os problemas de ARAGON HHBHHHIHHWi