ilil·llilMll 3 ESPERAR CONTRA ESPERANZA La imagen de un otoño ya comenzado aparece en ¡as páginas de nuestra prensa. Arboles que meses atrás se mostraban henchidos de vida y con tonos vivos en sus ramas, van perdiendo las hojas. Aparecen caidas por nuestros campos y calles. El interrogante de cómo será el nuevo y futuro invierno vuelve a plantearse. Es, evidentemente, un doble interrogante. Nuestra tierra, que tiene derecho a vivir en pacifica y confiada convivencia consigo misma y con sus hermanas vecinas, siente hoy el dolor de la inquietud. Hoy los españoles no sabemos qué va a pasar exactamente en casa. Wos preguntamos angustiados qué va a pasar con nosotros en las casas vecinas. Nada hay que nos permita saber con antelación qué criterios regirán decisiones vitales para nuestra convivencia cívica. A nuestra espalda yace un verano terrible que ha llenado de dolor nuestra conciencia. El presente es nuevo dolor y espanto que no puede razonarse. El futuro es un cúmulo de interrogantes nacionales e internacionales cuyos sujetos pacientes somos los millones de españoles vivos imposibilitados de decidir, conocer con tiempo. Ha llegado el otoño y con él el tiempo de espera. Espera de algo que Ignoramos. Espera de todo lo que aún no está decidido o no se nos dice. Se nos pide que confiemos. Los españoles no sabemos en qué tenemos que confiar. Sólo sabemos quiénes rigen, dentro y fuera, los posibles destinos de ese confiar que se nos pide Nuestra confianza es un cheque en blanco que se llenará. Ignoramos con qué cifras. No sabemos con qué conceptos. Con la llegada del otoño y el renacer de tantas actividades llegan la inquietud y la espera de un pueblo que no puede saber qué pasará dentro de unas horas, de unos días, de determinados meses.. Nuestra conciencia solidaria de hombres, solidaria hasta de aquello que no se comparte enteramente o en modo alguno, siente hoy dolor, inquieta esperanza. Nuestra conciencia de hombres . solidarios pide desde el dolor que la lacera saber en qué esperar para terminar con la inquietud que nunca es productiva en una sociedad que necesita el concurso de todos los hombres. Los hombres de esta tierra tienen derecho a perder, por lo menos, la intranquila angustia. Aunque sea para esperar contra esperanza. OROSIA MA1RAL ménez y Jesús Rubio García-Mina — salvadas las diferencias de talante y entidad política — contribuyeron a afianzar la estructura autoritaria que hizo explosión en el mandato de Lora Ta mayo. El final del S.E.U. fue la señal de alarma que indicaba, una vez más, cómo el crecimiento social había desbordado la estructura político - peregrina invención del llamado «calendario juliano». ¿Qué ha durado la calma? Tanto cuanto se tardó en dar de hoz y coz con los mismos, problemas. En febrero de 1975 hizo crisis la situación del profesorado no numerario de Universidad, cuando aún no se habían apagado los ecos públicos íiue suscitó el cierre de Valladolid. tor del Cuerpo General de Policía en la presidencia del ejercicio correspondiente. Contra viento y marea, se selectivizó para entrar en la universidad. Y tirios y troyanos, cuando se encontraron con los nuevos precios de los colegios, cuando quedaron en las listas de espera del Instituto del barrio, cuando fueron repudiados por la uni- CURSO NUEVO, PROBLEMAS VIEJOS \ La llegada de Cruz Martínez Esteruelas al Ministerio de Educación y Ciencia, rompió, hace ya casi dos años, una significativa homogeneidad en la procedencia de los ministros del ramo. Abogado del Estado, todo el contacto de Martínez Esteruelas con la educación y la ciencia se reducía a su condición de universitario y a sus largos años de gerencia en la Fundación Juan March. Visiblemente, y al margen de la significación personal del Consejero Nacional por Teruel (falangista con ciertos visos de aperturismo), la decisión que le llevó a las antaño llamadas poltronas ministeriales respondía, entre otras, a tres razones de peso: primero, rescatar para el «espíritu del 12 de febrero» a un ministro inédito en el gabinete Carrero -y significado en la joven línea «azul» que Arias incorporaba a su alianza gubernamental; segunda, uar una imagen de eficacia administrativa, capacidad de negociación y buen sentido tras el alucinante paso de Julio Martínez por el caserón de Alcalá; tercera, aunque menos probables, ensayar una gestión empresarial en un coto regido hasta entonces por personas vinculadas a los grupos de presión en el escalafón de funcionarios. La historia del ministerio, efectivamente, había sido la de estos grupos. Pedro Sáinz Rodríguez, primero de los ministros de Educación, afianzó el dominio de los catedráticos católicos que venían combatiendo desde principios de siglo las reformas inspiradas por la Institución Libre de Enseñanza. José Ibáñez Martín sancionó el ascenso universitario del Opus Dei y la simultánea — y menos conocida — influencia del grupo más reaccionario de los catedráticos de Instituto. Joaquín Duiz Gi- administrativa. Y Villar Palasí que asumió el reto con su Ley General de Educación asistió imponente a un estallido que pasó de la universidad a los últimos cursos de los Institutos y, de éstos, a los padres de familia. Se reclamaba dinero para la investigación, puestos escolares, trabajo para los docentes. Se reclamaban lógicamente otras cosas que eran previas y varias generaciones de españoles supieron del peculiar estremecimiento que produce el grito colectivo de la palabra «Libertad». Una sociedad que había crecido demandaba bienes culturales y, por vez primera, se les daba la razón. Vinieron las frases heroicas: el ministro decía que se darían clases en las eras. Llegaron los sucedidos pintorescos: en Badajoz y Càceres se hacían romerías para demandar una Universidad. Surgieron los chistes: algunos institutos recibían laboratorios que no habían pedido — y que no podían instalar — , otros solicitaban pianos de cola, aquéllos eran sepultados por toneladas de libros... que ya tenían repetidos. Y vinieron también sanciones, expulsiones, errores. Y pugnas en el propio marco del ministerio. El meteoro Julio Martínez llevó las cosas a un paroxismo que tuvo la ventaja de ser efímero (Ricardo de la Cierva consignaba en Gaceta Ilustrada, no hace muchos meses, que era ministro amortizado bastante antes de la trágica muerte del Almirante Carrero). Y llegó Martínez Esteruelas... Nadie recordó que suya era una moción en contra de los presupuestos extraordinarios que debían financiar la Ley General de Educación; sus primeras visitas oficiales tranquilizaron algo los ánimos, tras un verano ennegrecido por los expedientes y agitado por aquella Se pidió mejoras en unos sueldos que llevaban siete años .congelados, se pidió estabilidad en el empleo (dependiente de un contrato anual de características bastante singulares), se pidió la readmisión de los despedidos. El subsecretario Mayor Zaragoza negoció sin ofrecer contrapartidas; se respondió con una verdad a medias — la escasa altura científica de la universidad española — de la que, en todo caso, los profesores en cuestión eran más víctimas que causantes. Se realizaron las pruebas de selectividad para unos alumnos que — ironías de la cosa — querían entrar en una universidad de la baja calidad que el ministerio decía. Se aplicaron remedios empresariales y un esfuerzo de racionalización en un problema que todos — rninisterio y afectados — decantaban hacia su verdadero lugar político. Y surgieron las oposiciones como panacea universal. Primero, para reclutar tras millares de adjuntos de universidad, es decir: para otorgar un puesto fijo a quienes llevaban un mínimo de tres años enseñando, habían realizado — con los esfuerzos del caso — una tesis doctoral, habían sido pluriempleados y, ahora, debían hipotecar un año de su vida para preparar ese mito de la mesocràcia nacional que son las oposiciones, así figuraran entre los candidatos algunas de las mejores y más polémicas cabezas que ha dado la universidad española de postguerra. Opositaron luego los futuros catedráticos y agregados de Instituto. En cifras de dos y tres mil para un centenar de plazas, convocados en canchas de baloncesto, perdiendo su tiempo y su dinero en Madrid, custodiados por fuerzas de la Policía Armada y, a veces, con un subinspec- versidad, siguieron entendiendo que la educación y la ciencia que titulan al ministerio no pueden ser objeto de tan caro precio. Ha empezado un nuevo curso..., para quienes — docentes y discentes — puedan decirlo. El primer acto no ha tenido desperdicio: mientras en Barcelona se gastan siete millones de pesetas — confesadas — en un homenaje nacional a Severo Ochoa, la reducción de presupuestos universitarios supone la expulsión de casi un millar de profesores universitarios en todo el país. Sin ningún rubor, la España