Resulta un poco difícil creer que la ejecutiva del PSOE no supiese lo que se le venía encima con la celebración del XXVIII Congreso del Partido: cí espectáculo único en Europa de un congreso que parece refutar todas las sabias teorías sobre la inercia de los aparatos y su capacidad de reproducción. Por eso, resulta más extraña la insistencia en mantener la fecha de la convocatoria tras dos campañas electorales sucesivas, y a pesar de las propuestas de aplazamiento que se recibieron, para permitir un período de preparación adecuado. Desde fuera da la sensación de que se ha querido forzar al partido en caliente, tras la ducha escocesa de las referencias ininterrumpidas al marxismo, de que se ha jugado conscientemente la carta de la fogosidad e inmadurez de una militància, en parte de aluvión, para facilitar una operación de reajuste al servicio de proyectos a largo o medio plazo. 1967: el gabinete de la «Gran Coalición»: diez democratacristianos, nueve socialistas. £1 socialismo alemán ¿Un ejemplo para el PSOE? Con independencia de los reales motivos e intenciones de los protagonistas de la compleja trama del Congreso, a estas alturas está muy clara una cosa: el tratamiento claramente manipulado de personas y opciones en toda la prensa de derechas en sentido amplio del término, es decir, en toda la prensa nacional. De entrada la catalogación se hizo de forma tajante en un diario como «El País»: frente al político de gran talla no había más «retales de oratoria de Blasco Ibáñc/,», «irresponsabilidad política» y «Marxismo de manual». El plan ético en que Felipe González situó su decisión permitió incluso arrebatos que llegaron al evangélico «Ecce homo» de un periódico local (acompañado, es verdad, de la poca caritativa es¬ peranza de que en el próximo Congreso se «aiusten cuentas»). Hasta «El Socialista», obligado en principio a cierta imparcialidad, remató su crónica con un párrafo sorprendente: «...su valor y humildad para reconocer sus errores, que nos permiten considerarle como todo un hombre». Después de todo esto, uno se pregunta qué quedaba para los que no opinaban exactamenic como Felipe González. Los interesados, naturalmente, se resistieron a aparecer como los villanos del drama e hicieron declaraciones, declaraciones que la prensa reprodujo parcialmente, pero acompañadas de adjetivos o connotaciones que habrán hecho las delicias de un lingüista: Bustelo habla «nervioso». Castellano «preocupado», Tierno 4 V ▼7 • • • • y ajoy .* t cié %ató • • • * »# • por H. J. Renner «niega la veracidad de las acusaciones». La televisión dio el tono de toda una semana dedicada a ensalzar a Felipe González, retransmitiendo toda su intervención a pesar de haberse agotado el tiempo dedicado al PSOE. El broche final fue el número de «Cambio 16», donde José Oneto, tras aportar su contribución a la ridiculización de la izquierda socialista (la sede de la ONU en Baleares, la aniquilación física de la burguesía... etc.), nos habla de un Felipe González, «que no es marxista, que no cree que el marxismo sea la alternativa de su partido». A continuación la crónica del Congreso, que es presentado, ni más ni menos, como «la historia de una conspiración». Con los papeles así repartidos, la mayoría de los lectores de la prensa de este país sólo tienen que esperar al último acto, donde el estadista se impondrá a los conspiradores para bien de la democracia. ¿Quién está a su derecha? Con independencia de que puedan aprovecharse o resultar perjudicados por ella, ni Felipe González ni sus seguidores son directamente responsables de esta puesta en escena. Tampoco debe insistirse mucho en declaraciones irresponsables del secretario general saliente, como las famosas acusaciones de «criptocomunismo», seguramente debidas a los nervios del momento (no sólo es la izquierda del partido la que está nerviosa...). Pero hay una frase de Felipe González que merece un comentario, la de «que a mi izquierda no hay nadie». Desde fuera del partido socialista lo que preocupa, por el momento, no es lo que pueda haber a su izquierda sino lo que se encuentre a su derecha. Pues hay que preguntarse cómo el mantenimiento de la definición marxista en un partido que conserva en su programa fundamental párrafos enteros del Manifiesto Comunista ha podido producir, contra todas las advertencias previas, algo tan espectacular como la dimisión inesperada de su secretario general. La respuesta a esta pregunta no parece que haya que buscarla en la izquierda, que con bien poco se contentaba, sino en la derecha. Una derecha para la que el marxismo evidentemente no es más que un nombre, no es siquiera un-método-para-el análisis-de-la- realidad, pero un nombre cuya supresión puede servir para facilitar una operación más o menos próxima: el derrocamiento de Adolfo Suárez y la formación de un gobierno UCD-PSOE. El ejemplo alemán La relación con Alemania ha sido sugerida nada menos por Durán Farrell, Presidente de la Catalana de Gas entre otros muchos cargos, y uno de los personajes del establecimiento financiero más solicitado por los políticos centristas. En el texto de su discurso, comentado por Campo Vidal hace dos semanas, se decían cosas como las que siguen: «al sugerir estas ideas (como salir de la crisis) no hago más que, en cierto modo, traducir aquí lo que ocurrió en Alemania a fines de la década de los cincuenta», «cuando la justa filosofía asumida por la democracia cristiana (es decir la economía de mercado) fue materializada por los socialdemócratas, aunque les valió la acusación de estar al servicio del capitalismo». Es sintomático que días después y con independencia de todas estas reflexiones, desde la otra orilla, es decir desde el mismo partido socialista, López Riaño al comentar el Congreso expusiese sus temores de que tales proyectos pudiesen plasmarse en la realidad: «ahora, creo yo, lo que se está fraguando es un partido para la coalición. Y esto es lo que no se quiere decir, que para coaliciones con la gran derecha el PSOE tiene que dejar de ser lo que es en realidad». En fin, parece que hay seis meses para aclarar la situación y las intenciones. Mientras tanto, y por el momento, sigamos con la idea de Durán Farrell. El sacrificio de un primer ministro Como esta idea pasa por la caída de Suárez y la ascensión de un sucesor, que podría ser Fernández Ordóñez, la primera cuestión es la de preguntarse si en Alemania también pasó algo parecido. Y efectivamente algo parecido sucedió: la coalición de la derecha con los socialistas pasó por el sacrificio de un político calificado de «locomotora electoral», pero que a la altura de 1966 había dejado de ser útil. Si Suárez es juzgado complacientemente por su partido como el padre del «milagro políti¬ co español», el canciller Erha el político sacrificado por la recha en Alemania, lo era ei medida todavía mayor del «milal gro económico germano». Tam] bién acababa de rematar satis factoriamente una campaña toral, a la manera de Suárez haJ ce poco tiempo, pero tambici desde el otoño de aquel año no[ cesaba de acusársele de vacilal clones, falta de dirección e inl comparecencia. Para rematar:! paralelo, podríamos añadir qJ no sólo se registraban síntomail de degradación económica (au-l mento del paro) sino que adel más la extrema derecha hacía su| aparición en ayuntamientos gobiernos regionales con NDP, causando general alarmal en toda Europa. Y no hay quel olvidar que algunos puntos cons-l titucionales, como la famosa Leyl de Seguridad del Estado, necesi-f taban del apoyo de los socialde l mócratas para ser aprobados. Laj propia prensa cristianodemócrataj comenzó a abandonar al canci í 11er. En 1966 un prestigioso dia l rio advertía irónicamente a sus| lectores que todavía existía canciller en funciones, que noj había sido derrotado en el parla-i mento y que no había presenta-j do su dimisión, al año escaso del haber triunfado electoralmentej incluso con un porcentaje superior al logrado por Adenauerl Dos meses después Erhard habial dejado el gobierno. Quizá no sea tan grande la ingratitud de los centristas como la de sus colegas alemanes con el padre putativo! del milagro económico, peroj Adolfo Suárez no debería hacerse demasiadas ilusiones sobre suj permanencia en el gobierno, cuando periódicos tan influyentes en ciertos medios como «Informaciones» empiezan a alber-¡ gar cáusticos comentarios sobre su persona. Un gobierno de democratacristianos y socialistas El 10 de noviembre de 196' los democratacristianos alemana eligieron como candidato a i cancillería a Kurt Georg KissflM ger, el 26 del mismo mes comenzaron las consultas con « SPD, y el uno de diciembre » formaba el nuevo gobierno; m democratacristianos y nueve ^ cialistas. Lo sorprendente era canciller que presidía esta Coalición», como se ,,am0' ^ personaje que tenía un pas»* mucho menos democratice q^l