Opinión 50 años del Colegio «Joaquín Costa» Homenajear es recuperar Hace dos semanas, Eloy Fernández Clemente recordaba en estas páginas que muy pronto el Colegio Nacional «Joaquín Costa» ha de cumplir cincuenta años. Nada mejor para convocar un homenaje que conocer la historia del referido Colegio que ya, desde su origen, tuvo pretensiones modélicas. No ha de extrañar que las pretensiones cuajaran en realidad fecunda y que pronto aquellas aulas formaran la mejor escuela de Zaragoza. «Durante décadas -dice Eloy Fernández- va a representar un auténtico símbolo del mejor quehacer escolar ciudadano». Aunque parezca que es mucho decir, estaría dispuesto a suscribirlo, sin haber sido testigo del éxito, no sólo por las sensatas razones que se aducen como fundamento del logro sino porque todavía quedan pruebas testimoniales que el Colegio atesora como señal gloriosa de mejores épocas pasadas. Para que no parezca que sólo se transcriben referencias favorables, habrá que afirmar con él, cuando se refiere a la situación actual de la Escuela, que: «no son éstos, ciertamente, años gloriosos para el Magisterio, en otros tiempos tan estimado en toda la ciudad». Es verdaderamente duro aceptar los hechos como son cuando no benefician y además afectan a algo que quieres, como supongo que le costaría expresarlos a Eloy Fernández cuyos sentimientos hacia este Colegio están bien claramente sujetos por raíces personales y familiares. Tiene que ser así. No puede ser de otro modo si queremos rendir homenaje a una institución que se llama «Joaquín Costa». Cuando menos por actuar en coincidencia con dos características genuinas del pensamiento costista: sinceridad y confianza. Todo juicio que explique un análisis tiene que expresar radicalmente el resultado. Aunque duela reconocerlo. Sólo así cabe esperar sensatamente la necesaria regeneración. En particular, me conformaría con sólo estas dos metas formales: estudiar la situación de éste Colegio y plantear su posible recuperación; para que lo que ha sido un símbolo real, pueda salir de la historia escolar zaragozana en cuyas páginas se refugia, y deje de ser quimera. Todo lo demás que pueda hacerse escapa realmente a las posibilidades del Claustro de Profesores. Bastante tienen con mantener el nivel profesional con todo el decoro y dignidad que las circunstancias permiten. Por eso, desde estas líneas, reconozco que los actuales profesores merecen, ahora, el reconocimiento público, pese a que la bolsa de valores escolares se mantiene a la baja. Por tanto, un verdadero homenaje a este Colegio en su cincuentenario, supone conseguir que se halle en situación parecida a la que tuvo cuando su inauguración. No me refiero, ni de lejos, al clima cultural y comunitario que abrigara el desarrollo antes y después de su apertura. Hoy, ni siquiera es conocida en niveles populares aquella actitud de antaño, a no ser por ocasionales También son capaces de aprender... Pueden hacerlo. Una experiencia creciente, más y más información contrastada, rigurosamente científica, nos lo asegura. La mayoría de los subnormales es capaz de aprender. De valerse por sí mismos. De comunicar sus ideas y sentimientos. Todos pueden recibir, y no reciben, una educación que les permita alcanzar su límite de posibilidades. No todos son escolarizables en la escuela normal, pero si son todos educables. Hoy existen técnicas de recuperación para casos que, hasta ahora, se consideraban perdidos. Es preciso disipar esa idea de la no recuperabilidad, en la que incluso algunos padres todavía creen. No hay casos perdidos. Sólo indiferencia o actitudes negativas ante ellos. La sociedad no puede permanecer pasiva ante un problema que afecta a más de 350.000 personas en nuestro país. Sólo el 15% de ellas dispone de escuelas y formación profesional adecuadas. El resto vive falto de apoyo solidario y estatal, sin seguridad social, limitado a recursos familiares escasos o nulos. Considerado como un "no ser". Y son seres humanos. Como nosotros. ...sí no se les niega ese derecho SEMANA DE INFORMACION SOBRE EL SUBNORMAL. descripciones que pueden hacernos insólitamente quienes se apasionan por conocer las vicisitudes que ha vivido nuestro pueblo en torno a hechos tan normales como es hacer buenas escuelas. Casi todos los que vieron construir aquellos edificios con edad adulta para apreciar su importancia y alcance en la época que los hizo, han dejado de vivir. No por casualidad, los mejores edificios escolares públicos, que además siguen utilizándose, se construyeron al final de la década de los veinte y al comienzo de los años treinta. Si se duda que sean los mejores, todavía habrá que reconocer a su favor que fueron justamente diseminados. En las ciudades y en el campo. En Barcelona y en Aragón. En Madrid y en Castilla. En el País Vasco y en Andalucía. Esta es una conquista que a favor de España libraron los que, como Costa, sabían que el problema de nuestro pueblo era inicialmente educativo. «¡Escuela y despensa!» es sólo un burdo resumen que no abstrae la exquisitez y altura pedagógicas que D. Joaquín demostrara entre los congresistas pioneros y los profesores más destacados de la Institución Libre de Enseñanza. Por supuesto que no se trata de eso. Aquel ambiente a favor de los intereses escolares populares no se improvisa ni, por tanto, es cosa de plantearlo. Más fácil es obtener, cuando menos, las mismas posibilidades materiales que aquella Escuela tuvo, vista ahora de puertas adentro. También se las trae el conseguirlo, porque habría que echar del Colegio a la mitad de los alumnos, poco más o menos. En cualquier caso, no exagero. Si en algún Colegio se han aprovechado los espacios, ha sido en éste. Sin duda hasta límites extremos que hoy imposibilitan cualquier trabajo de calidad. Esto sólo se comprende cuando se han visitado las aulas. Pero ése no es «el Costa» que la gente conoce. Sólo algún aula tiene las dimensiones originarias de construcción. Más de la mitad, o han sido reducidas en una tercera parte, o se han instalado en las «rotondas» (27 m2), o en otras habitaciones de parecida extensión aunque menos alegres e iluminadas Algunas de éstas albergan a los parvulitos y a los que todavía no lo son. Servirán sin duda para que estas criaturas de 2 a 5 años aprendan a estarse quietos, limitándose a los inevitables cambios de postura por todo movimiento, o^a desplazarse sincronizadamente para que en el mismo espacio en que ha estado el grupo puedan girar cada uno acompasadamente en un movimiento continuo que será interrumpido con carácter general forzosamente. Puede utilizarse el patio cuando el tiempo lo permite. Claro está que el tiempo juega ya malas pasadas incluso a los que están bajo techo. El último día de mayo hubieran sido utilizados los servicios del parque de bomberos si el nivel de las aguas hubiera llegado a veinte centímetros: un parvulario de la planta baja se había embalsado. Las goteras abundan en la planta superior, y en algunas clases, además de ensuciar techos y paredes, hacen charco. ¿Cuántos cristales fallan al lucernario? ¿Cuándo se arreglará? ¿Volverá a desplomarse nuevamente en vacaciones? ¿Cuánto tiempo hace que estuvieron los pintores en este Colegio? ¿Antes de que se convirtiera la Biblioteca en un aula más? ¿O después de que se aprovecharan las rotondas, privando al Colegio de laboratorios, gabinetes, seminarios, departamentos, tutorías o cualquier otra actividad? Porque no hay espacio que no sea para ubicar a los niños en una «unidad escolar» que es como el Ministerio llama a las clases. ¿Son tales los servicios higiénicos? ¿Huelen más los días que sopla el cierzo o cuando no sopla? ¿Cuántos años ha estado inservible la desaparecida piscina cubierta9 ¿Dónde está el ropero? ¿Debería seguir allí el Servicio Médico Escolar, que también encontró acomodo en este Colegio? ¿Por qué tiene que dar la Catequesis el cura en el vestíbulo? ¿Por qué hasta ahonj no se ha podido instalar -muy bien por cierto— el legendario despacho tallado, obsequio de los obreros del Centro Aragonés en Barcelona? ¿Qué ha pasado para que, la que fue mejor Escuela de Zaragoza, se encuentre así? ¿Qué falta? ¿Qué es lo que sobra? Importa considerar estos problemas, según creo, cuando se va a cumplir pronto el medio siglo y hay un verano por medio para arreglos y mejoras. Da tiempo a conseguir algunas cosas que se evidencian cada vez más perentoriamente necesarias, mientras quienes nos consideramos en el deber y en el derecho de opinar, ajustamos un plan que permita esperar sensatamente que también esta Escuela llamada «Joaquín Costa» se regenere. ¡Ironías de la vida! A título de modesta colaboración en el homenaje que no puede quedar en mera fanfarria, válida sólo para mantener un bello mito, es menester además de reconocer la precaria situación funcional de esta Escuela, antípoda más real que su apariencia suntuaria, disponerse a cortar por lo sano. Si no como hubiera querido un «cirujano de hierro» inflexible y autoritario que se impusiese a la realidad, sí, al menos, como un cirujano seguro ^ue, Iq. calizado el mal, debe extirparlo mediante corte que necesita ser decidido y firme por imprescindible. Los alumnos del Colegio Costa, si queremos que el próximo curso puedan estar mejor atendidos, deberían funcionar en doble turno que permitiera reconquistar unos servicios complementarios indispensables. Esa situación no habría de ser imprescindible para todos los alumnos. Podrían así emplearse medios que se tienen pero que no se pueden implantar. Unica forma de que la biblioteca, los laboratorios, el material puedan funcionar. Es natural que las familias pongan reparos a estas soluciones, aparentemente drásticas, susceptibles de irse paliando a lo largo de cuatro o cinco años, procurando que salgan más alumnos que los que se matriculen. Puede adoptarse una de las dos soluciones, o las dos simultáneamente. Hay que operar cuanto antes; total o parçialmente. ¿Quién autoriza la operación? ¿A quién le conviene que el Colegio «Joaquín Costa» funcione así? ¿A quién le perjudica? Si se crea un estado de opinión que favorezca la adición de medidas apoyadas por quienes hasta ahora resultan perjudicados, se podrá actuar más libremente y, sobre todo, con más eficacia. Para mejorar hay que querer la mejora. Toda ayuda no pedida puede ser una limitación o parecerlo. Lamento, finalmente, que alguien pueda ver estas cuestiones como totalmente distintas y divorciadas de las preocupaciones que puedan sentir los que esperan el homenaje del Cincuentenario como algo que está por encima de la organización concreta de una Escuela. Puede que lo vean así porque hoy se tratan en los periódicos los problemas de los aparcamientos o de los campos de fútbol más que los de las escuelas. Pero el que sea así no quiere decir que tenga que serlo. La oportunidad que hay que reconocer al artículo de Eloy Fernández es que anuncia ja convocatoria a un homenaje que tiene un doble interés: al honrar la figura de Joaquín Costa, vamos al tiempo a enaltecer otra institución concomitante: la Escuela Pública Aragonesa. F. Gómez Barriocanal 4 ANDA LAN