Opinión Los obispos, los padres y la clase de religión Por instinto se arriman los obispos a sus más fieles aliados. Son éstos siempre e indiscutiblemente los padres, no sólo los padres católicos sino los padres a secas. La familia, institución reproductora y conservadora por excelencia, hace las mejores migas con la iglesia, interesadísima también en la transmisión de valores y pautas de conducta tradicionales. Hacen bien, pues, los obispos en proteger la familia. Mientras una y otra existan, la familia jamás va a traicionar a la iglesia. Por ahí se le ve el plumero a la doctrina católica cuando insiste en el derecho de los padres a educar a la prole en las convicciones morales y religiosas que ellos quieran. Es un supuesto derecho basado en un concepto de los progenitores como propietarios de los hijos. ¿Por qué no hablar más bien del derecho/deber de todos, padres o no, de educar según el propio leal saber y entender, sin por eso hurtarle al educando los otros leales saberes y pareceres? No se equivoca la iglesia al confiar a los padres la decisión sobre la enseñanza religiosa de los hijos. Incluso muchos padres nada o apenas católicos van a decidir a su favor. No es ninguna novedad. Toda la burguesía liberal, eventualmente anticlerical y casi siempre no practicante, de la Europa católica ha continuado, durante siglo y medio tras la caída del antiguo régimen, enviando a sus vástagos a colegios de la compañía de Jesús o de alguna otra santa compañía. En general, la fidelidad de la familia a la iglesia es ejemplar. En nuestra sociedad española resulta enternecedor comprobarla en muchas parejas con marbete progresista, donde a lo peor uno o los dos padres son increyentes convictos y confesos, pero que llevan religiosamente a sus hijos a colegios religiosos o a centros privados en los que la enseñanza de la religión no es ya vaticana, sino tridentina aún. Defienden en teoría la escuela pública y laica, mientras aceptan en la práctica la enseñanza privada y confesional. Tienen su disculpa, claro: ¡anda tan mal la escuela pública! Además, para el agnóstico curtido, el catecismo, como el sarampión, sólo se pasa una vez; pasa y deja inmunizado. En esto, algunos creyentes inconformistas —cristianos por la escuela laica y pública—, tal vez por padecer aún viejas heridas no cicatrizadas, se muestran menos contemporizadores y no comparten el frivolo juicio so¬ bre la benignidad del sarampión. La trilateral alianza iglesia/ familia/escuela se cierra en un anillo perfecto cuando la enseñanza escolar de la religión queda en poder de la jerarquía eclesiástica. Así lo hacen —lo siguen haciendo— las recientes disposiciones ministeriales: los libros de texto en la signatura de religión habrán de contar con el dictamen favorable de la Conferencia Episcopal Española; los profesores de religión serán designados, vigilados y removidos por el ordinario del lugar, o sea, por los obispos. Esta es la equívoca situación: en el Estado español, constitucionalmente laico, los programas, textos y enseñanzas de una asignatura de E.G.B. -asignatura académica, aunque no obligatoria- vienen fijados por una determinada iglesia, en particular por la jerarquía católica. De no estar ya tan sobado el fantasma de la inconstitucionalidad, habría que invocar aquí su sacro espíritu. Me contentaré con una evocación más trivial: el Estado español laico, muy neófito todavía en su secularidad, es como el incrédulo del chiste, que, no creyendo en la verdadera religión, mucho menos va a creer en las falsas. En cuanto laico, a ningún alumno de E.G.B. obliga a estudiar religión. Pero, si alguien la estudia, debe desde luego estudiar la verdadera, la católica, y según la interpretación autorizada que sólo los obispos pueden avalar. La importancia que en la historia ha tenido y en la actualidad sigue teniendo la religión para gran parte de la humanidad seguramente justifica considerar necesario su conocimiento bajo la forma de una ciencia o una historia de las religiones que constituya -o forme parte de- una asignatura obligatoria durante algún curso en B.U.P. o a finales de E.G.B. En el marco de una sociedad pluralista y constitucionalmente laica el estatuto de docencia de tal asignatura habría de ser análogo al de la ética, recogiendo los programas el hecho de que hay muchas formas de religión, como las hay de moral, y acogiendo incluso las posiciones de quienes tratan de ubicarse más allá del bien y del mal, más allá de lo profano y de lo sagrado. Puede uno encarecer, si quiere, el requisito de un elevado nivel de honestidad y sentido crítico en los enseñantes y los textos de dichas materias. Es, en realidad, un requisito exigible de todo educador, de todo material didáctico. Por eso mismo, no se entiende que para asegurar la calidad (es un suponer) de la enseñanza de la religión recurra el Ministerio a procedimientos de supervisión de textos y profesorado que son extraños a la ordenación general y que quedan confiados a las autoridades de una confesión religiosa. La posible declaración de muchos padres solicitando que sus hijos reciban clase de religión justo con todas las bendiciones eclesiásticas no basta para despejar la cuestión. ¿Qué hacemos con los que soliciten clase de religión, pero israelita, o protestante, o una suma de las heterodoxias? Nadie quiere topar con la iglesia, ni el Gobierno ni la oposición. Como nadie quería topar con el ejército. Llega un momento, sin embargo, en que el ejército tiene que aprender a vivir en una situación democrática, no militarizada, y la iglesia a vivir en una sociedad laica y no confesional. Un pequeño detalle en esa sociedad es que la autoridad eclesiástica no ha de tener intervención alguna, como tal autoridad, ni en los programas ni en las personas que imparten la enseñanza pública o la oficialmente reconocida; y esto tampoco en materia de religión, que, caso de figurar como asignatura aparte, es una signatura más entre las otras. La cartera de Defensa ha de poder encomendarse a un civil, y la clase de religión a un laico, a un hereje, o al mismísimo diablo, si es que reúne las condiciones docentes requeridas. A toda enseñanza oficialmente reconocida de la religión habría que extender la sabia propuesta que Machado atribuye al maestro Abel Martín para la mejor organización de las Facultades de Teología: reservar una cátedra para ser desempeñada por el demonio en persona. Alfredo Fierro No fue nada el Pacto de la Moncloa en 1977, a penas tuvo importancia tampoco la congelación salarial del año pasado, para la «ofensiva de otoño» que están desarrollando la patronal, la derecha y el Gobierno, Para esta ofensiva orientada a machacar a la clase obrera, no hacen falta ni necesitan emplear los tanques: las armas son de papel, que, a veces, tienen un filo más cortante que el más duro acero. Como en este caso. En papel está escrito el Decreto de no-revisión salarial y cada una de sus palabras golpea como un mazo a los trabajadores. En papel elegante e Prepararemos nuestra defensa MUEBLE CASTELLANO Apartamentos, Chalets, Restaurantes BAZAR DE LONDRES Pl. de Sas, 4. Tel. 22 1 1 51 ZARAGOZA inacabable está escrito el Plan Económico del Gobierno (PEG), y cada una de sus medidas son impactos de artillería de gran calibre. En papel, con letras engañosas en el título, está escrito el proyecto de Estatuto del Trabajador, y grande es la fiesta entre la patronal, porque contando con la aprobación del mismo, nos mira ya como a vencidos a los que hay que hacer pagar el precio de su derrota, Pero, sin embargo, van demasiado deprisa los que no conocen la capacidad de resistencia de los trabajadores y el pueblo, la capacidad de rebelión y de rabia de tantos hombres y mujeres que no en balde han luchado por su vida y por sus derechos, para dejar, sin más, que los pisoteen. Debemos prepararnos para resistir. Y resistir es lo contrario de «repartir cargas», es lo contrario de negociar «salidas» que valgan para todos, para explotadores y explotados. Porque la resolución de la crisis afecta directamente a los intereses antagónicos que existen entre capitalistas y trabajadores. Ellos necesitan acumular más beneficios, cerrar empresas poco rentables y mandar plantillas enteras al paro, facilitar el despido y la resolución de expedientes de crisis, aumentar los ritmos y la productividad, reducir nuestros salarios, limitar los derechos sindicales y políticos para dificultar nuestra defensa... Y nosotros lo que necesitamos es mantener los puestos de trabajo, aumentar los salarios, fortalecer nuestras organizaciones y ampliar nuestros derechos. Evidentemente, las soluciones comunes no caben, y la negociación sólo puede admitirse como fruto de una batalla, como el resultado de una confrontación de fuerzas donde los trabajadores hayamos desplegado el máximo de lucha. Entonces, sí, pero antes que nadie se rinda por nosotros.. Pero, como ocurre siempre, nuestra defensa alarma a nuestros agresores y de atacados, por obra y gracia de sus periódicos, independientes, de otros más alarmistas, de la inefable «tele», pasamos a ser desestabilizadores. Desestabilizador es que tengamos nosotros millón y medio largo de parados, desestabilizadores son quienes quieren arrebatarnos derechos conquistados, desestabilizadores son quienes viven de explotarnos más y más, desestabilizadores son la CEOE, la UCD y su PEG. No, nunca puede ser desestabilizador defender lo nuestro, y menos en lucha tan desigual. ¿Lo son, acaso, los sindicatos franceses o italianos que casi anualmente convocan una huelga general? Las movilizaciones generales, incluida la huelga general, es el único camino allá y aquí. Aquí porque por su parte estas medidas son él inicio de su objetivo en materia económica y sindical donde todavía puede que no conozcamos lo peor. Y por la nuestra por la necesidad de actuar unidos, de asentar la idea una clase que resiste -pues no puede hacer otra cosa de momento— las agresiones de otra y evitar la desbandada de la salida individual. Porque el movimiento sindical necesita recobrar la confianza en sí mismo, su protagonismo reemplazado tiempo atrás por la burocracia y los pactos. Porque es la ocasión de llevar al ánimo de los trabajadores la conciencia de que es preciso resistir más allá de las consecuencias tal o cual reivindicación, en la perspectiva de acumular fuerzas para batallas futuras y el avance colectivo. Joaquin Bozal (Del M.C.A. y de las Ejecutivas Provincial y Regional de CC. 00.) 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