y: IPÍ ma Htm taca 'chai Pare te m ¡uien men ta pa ?}7 inte 0 en )lítk objet is, (¡i a ot 1 pai ficie ) pai ido de xiero )Ei rea el «cambio». El cambio del propSOE en otra cosa más adecúala los «intereses nacionales» del « capital en España, la previsión de que, o las fuerzas ¡iquierdas de este país unen su wcidad organizativa, o este país 0á organizado de tal modo que iiquierda deberá, a la fuerza, dent su capacidad al sostenimiento la supervivencia de descontentos iiuales sin opción organizadora, digo más que una versión «apoca$ca» de las consecuencias de la (ialdemocratización (o de la derekación, sin nada de social ni academocrática) de la función del iaio español a corto plazo. Esto no lo tememos tan sólo los mnistas del PCE, sino también W comunistas, e incluso algunos áalistas. Y también hay cristiau, y anarquistas, que lo temen. Y ifiestan también, ese temor, istantes pacifistas, ecologistas y mistas. Incluso ese temor espola conciencia civil de una parte ¡a ciudadanía que no sabría a mia cierta a qué corriente intemal o moral adscribrirse. ?ero está claro que la expresión tal temor, ni la estimación de la mlencia de una unidad combativa i las fuerzas de izquierda llevan divamente a una respuesta afirmaa la propuesta de «convergenp. Por ahora. i «convergencia» perdida Miada entre los doctores Cuando la propuesta de «converincia» cayó ante los ojos de signi(üdos dirigentes de la izquierda esmuchos de éstos no perdieo/i el tiempo en intentar enterarse la novedad que entrañaba. Prefiem desempolvar cuanta doctrina nían acumulada en las estanterías sus bibliotecas, para descubrir, w vez más, las grandes verdades con diverso uso planean sobre la a de los movimientos emanciMorios. las bibliotecas y las hemerotecas onservan, cuidadosamente ordena11 el mejor de los casos, docuentación de sobra en la que basar " veredicto rápido sobre cualquier Apuesta política. «Nada nuevo luF bajo el sol», deja escapar con molado orgullo la página no sé mías de cualquier volumen docu■Mntal, doctrinal o historiográflco ff alcance de la mano del estudioso tamo. Descubrimiento de seme¬ janzas y coincidencias tan sorprendente a veces como intranscendente siempre. Porque la vida no es un libro, ni el primer trimestre de 1985 en España corresponde a ninguna página de ningún manual. Por otra parte, el dirigente metido a historiador suele olvidar que la historia documentada suele orillar la mayoría de las veces aquellas propuestas, posturas o debates que en su día quedaron oscurecidos por aquellos otros que tuvieron más éxito en ese momento. Viene esto a cuento de que, ante los doctores de la revolución proletaria, la propuesta de «convergencia» ha venido, una vez más, a demostrar lo que ya sabían sobre «la derechización» del PCE y sobre el «anticomunismo» presente en importantes franjas de la militància de movimientos como el pacifismo, el ecologismo o el feminismo. La respuesta negativa hacia la nueva propuesta ha tenido, así, dos bases fundamentales de apoyatura: la memoria de la UI y de la II Internacionales, y la documentada aprensión ante las peculiaridades de los llamados «movimientos sociales». En verdad os digo que uno de vosotros me traicionará Para no pocos, la propuesta de «convergencia» hecha por el PCE surge desde el olvido de los princi¬ pios rigurosos revolucionarios, y en una situación del movimiento comunista en la que los partidos comunistas han perdido credibilidad del propio ideario. Se trataría, ante todo, pues, de una propuesta que remite a cuestiones teóricas sin cuyo análisis crítico no podría darse un paso en la buena dirección. Es una tendencia (también muy vieja, fíjense por dónde) a concebir el desenvolvimiento de las organizaciones políticas de la clase obrera como simple representación del desenvolvimiento de las ideas en el seno de la clase obrera. El espíritu de la 11.a o de la 111.a Internacionales (¿y por qué no también de la I.*?) se encarnaría, sucesivamente y con cierto margen de capricho, en los dirigentes actuales de un partido comunista. Se olvida el pequeño detalle de que una organización política no es un compendio doctrinal ilustrado por la vida de miles de personas. Es más: se olvida que el papel de los textos en la vida de una organización no es el que puedan tener en un seminario de estudios sobre esos textos. Buscar la esencia del ideario de los comunistas del PCE de los últimos quince años en los textos doctrinales de esa u otra anterior época del movimiento comunista es algo así como buscar la esencia de la sal en su resplandeciente color blanco. Por ejemplo, si un importante sector del PCE asumió la etiqueta del «Eurocomunismo» como fórmula publicitaria de su estrategia revolucionaria, ello se debió menos, seguramente, a la escasamente difundida lectura de libros como «Eurocomunismo y Estado», del señor Carrillo, que a la aproximación práctica en la actividad concreta de un conjunto de miles de militantes que asumían los recursos de la democracia formal y los imperativos de la defensa de la libertad individual como espacio histórico real en el que influir para la consecución de transformaciones radicales de la sociedad. Y si hay un olvido en los partidos comunistas, no parece haber sido (desgraciadamente, por ahora, y en contradicción con esa práctica militante) el de los residuos jacobinistas y autoritarios incrustados en la concepción de la revolución en la que ANDALAN 7