Dibujo de G. Grosz corporación forzosa de las corrientes conservadoras (tradicionalistas) a sus filas, no Constituye el sino trágico y peculiar de la Falange, en distintos registros se da en todos los partidos fascistas de la época. Pero, evidentemente, el carácter distintivo del franquismo es la de carecer de un auténtico partido de masas, pues la Falange constituye sólo un grupúsculo de idealistas y pistoleros, que no tiene tiempo de aprovechar la coyuntura y entra en la guerra civil desempeñando un papel subsidiario. Para muchos esto constituye la razón fundamental para denegar el carácter de fascismo al franquismo. Pero, la cuestión consiste precisamente en que al fascismo franquista no le hacía falta tal partido. Hitler y Mussolini se imponen brutalmente a la sociedad política, destruyen partidos y sindicatos, pero las masas seguían allí, y necesitaban seducirlas y encuadrarlas. En el caso español, las masas no tenían que ser ni seducidas ni encuadradas, habían sido vencidas y dispersas, encarceladas y ejecutadas. Para lo que quedaba de masas en el país tras el paso del h)dillo de una guerra civil de tres años, bastaba y sobraba con las insti- 6 ANDALAN tuciones tradicionales y la burocracia de un partido de aluvión, como era el Movimiento. Pensemos, por ejemplo, en la Iglesia, que en el caso español no se limitó a legitimar el régimen, como en cierto momento llegó a suceder también eti Alemania o Italia. La Iglesia española fue mucho más allá, se puso a su servicio directo, hasta el punto de que la red parroquial, una red tan tupida como lo pueda ser la mejor organización de un partido, se transformó en una red de informadores puntuales a requerimiento de las autoridades. La tarea de recupe. ración de las poblaciones «pervertidas» podía ser asumida mejor por el aparato eclesiástico, más especial!, zado y numeroso, que por la incipiente y torpe buró cracia del partido único. En este sentido funcionaroi también las organizaciones seglares de apostolado, que tantos problemas crearán andando el tiempo. En algunas partes, los militantes de Acción Católica se transformaron en auténticos policías de ¡deas y costumbres. Si a esto sumamos la presencia en el campo de una Guardia Civil fiel a su tradición de «brutalidad preventiva» en defensa de la ley y el orden franquistas, entonces podremos preguntarnos qué falta les hacía a las oligarquías terratenientes, una vez terminada la guerra, milicias de partidos o expediciones de castigo a la usanza de los camisas negras o las camisas pardas de los países del fascismo clásico. En las ciudades empobrecidas y tristes de los años cuarenta reinaba una tranquilidad de cementerio, que no había por qué romper con las movilizaciones rituales y repetidas de los otros fascismos. El fascismo franquista, en definitiva el único fascismo español que se impone, había resuelto el problema de la contrarrevolución de una manera muy distinta a como lo habían hecho sus hermanos mayores, pero lo había resuelto lo bastante bien como pa ra mantenerse. ¿Dictadura modernizante? Tropezamos aquí con la última versión del franquismo, cuya justificación histórica consistiría en haber hecho pasar a España de ser un país agrario a una potencia industrial de cierta consideración. En definitiva, el franquismo como dictadura modernizante. De entrada, no deja de constituir un detalle de humor negro bautizar de modernizante a un régimen que paralizó el desarrollo económico y cultural del país durante casi quince años, y juzgarlo por su último tramo cronológico de escasamente trece años, sobre los casi cuarenta que duró la dictadura. Per0además, se olvida que a la altura de los sesenta, ^ pleno boom europeo, para un país como España, económicamente dependiente y con un desarrollo inducido del exterior, el problema no consistía en desa^ rrollarse o no desarrollarse, sino en cómo hacerlo. ^ todos sabemos en las circunstancias en que se realiz" el desarrollismo de los sesenta, en las peores poj1' bles. Y las consecuencias las estamos pagan^ ahora.