BELLEZAS DE ESPAÑA Apuntes de una excursión por tierras gallegas PASABA unas vacaciones en Sangenjo, pequeño pero encantador pueblecito de la provincia de Pontevedra. Está situado al lado izquierdo de la ría de este nombre, entrando por el'mar. Es un pueblo pesquero, con playa magnífica, muy poco batida por el oleaje, por estar abrigada de un lado por una punta de tierra donde está situado Portonovo, y de otro, frente a la entrada de la ría, por la isla Ons. Esta tiene unos tres kilómetros de largo por uno escaso de ancho; en el centro, sobre una pequeña meseta, está instalado un blanco y esbelto faro, guía de navegantes. La isla presta cobijo a unos trescientos cincuenta isleños que habitan setenta y dos "casucas" numeradas para ser conocidas; números que sustituyen a la calle, pues son pequeños caminos o veredas, la única comunicación que tienen las casas entre sí. Esta escasa población vive casi únicamente de la pesca, sobre todo de mariscos que exporta a los lugares de la ribera de la ría. Por la parte de tierra está rodeado Sangenjo de montes y montecillos cuajados de huertas verdes y de pinares que llegan hasta las mismas orillas del mar, entre "las casas y hoteles de la villa. Un día quise hacer una excursión hasta el famoso Monte de Santa Tecla, ¡Me habían ponderado tanto sus atractivos y los del camino...! Quiero aclarar que no es mi intención dar detalles minuciosos de lugares y bellezas de la hermosa región galaica, ni mucho menos emular al ilustre periodista andante Víctor de la Serna, ¡líbreme el cielo!, pero sí señalar en estas cuartillas lugares y pequeñas rutas de la España tan poco conocida, o ignorada, de muchos españoles, como recientemente ha dicho un escritor. Salí de Sangenjo por la mañana temprano. Era un día luminoso, sin nubes, con sol radiante y sin bruma en el mar. Pasé, sin detenerme, por Pontevedra, porque preferí visitarla al regreso; y poco después llegaba a Puente Sampayo, donde las tropas o, por mejor decir, los patriotas gallegos derrotaron al mariscal Ney en el año 1809, durante la guerra de la Independencia. Dos cosas me atraían en Puente Sampayo: ver su tan famoso como estrecho puente — que sólo permite el paso de un coche, y con cuidado— y comer sus bien nombradas y sabrosas ostras. El puente lo vi, pero las ostras ¡ay!, no logré comerlas. Ramón, un "rapaz" de ojos vivaces y tez curtida por el aire y el sol, me dijo: "No le piense en ello, señor, les es la veda".. A tres kilómetros escasos llegamos a Arcade, con su castillo, modelo de mansiones señoriales de la Edad Media, muy bien conservado en la actualidad por su propietario el Marqués de la Vega de Armi jo. Luego, y siempre contemplando a un lado y a otro de la carretera, un paisaje de exuberante verdor, donde la vista aprecia todas las tonalidades del verde: maizales, pinares, zarzamoras, cañaverales silvestres, árboles frutales, eucaliptus, parrales, álamos y huertas, llegamos a Redondela, pintoresco pueblo marinero en la desembocadura del río Aldevosa. Lo primero que llama la atención del viajero son los dos puentesviaductos que dominan la villa; el mayor tiene 38 metros de altura por más de 300 de largo. Monumentalmente es digna de mención su iglesia parroquial, de estilo gótico puro con valiosos retablos y esculturas sagradas. Nos sirve de cicerón Engracia, "personaje" de 12 años, lisiada a consecuencia de una coxalgia, lo cual no le estorba para con toda diligencia mostrarnos y explicar en su gallego infantil, las más de las veces incomprensible, nombre y detalle de las capillas e imágenes, y, finalmente, a la salida del último visitante cerrar la puerta con su cerradura y cerrojo manejando la enorme llave con unos arrestos y bríos incomprensibles en su débil y maltrecho cuerpecito. Los alrededores de Redondela están poblados de lo's "Pazos" y "hórreos" más típicos de la región. Una magnífica vista de la Ría de Vigo Subimos de nuevo al coche, y a caminar otra vez, recreándose la vista con el bello paisaje que rodea, la carretera, respirando y saturándose nuestros pulmones del aire cargado al mismo tiempo de la brisa marina y de las esencias vegetales que emanan praderas y bosquecillos. Media hora después llegamos a la ría baja de Vigo, que da cabida a su maravilloso puerto. La profundidad de la ría, y el tener en su desembocadura las islas Cíes, le convierten, como es sabido, en uno de los puertos más abrigados y seguros de la península, que ocupa lugar preponderante en el orden comercial y turístico. La ciudad de Vigo, situada en la orilla izquierda de la ría, es de origen muy antiguo (Castros-Celtas) y constituye, en la actualidad, una de las más modernas e industriales de toda Galicia, con magníficas y amplias calles así como próspera vida comercial. Su antigua Colegiata es de estilo gótico, y neoclásico más modernamente; sus "pazos", entre ellos el de Cástrelos, hoy Museo Municipal, rodeado de artísticos jardines. Muy típico es el barrio de pescadores de Berbés. Subiendo al monte Castro se contempla el amplio panorama de la ría, el puerto y la ciudad. Hoy "el Castro", como familiarmente le domina la gente de Vigo, adornado con bellos jardines y avenidas, constituye lugar de esparcimiento y de recreo de la ciudad de Vigo. Continuamos nuestra marcha y ya, sin detenernos, pasamos Bouzas, Panjón (con una playa magnífica), Ramallosa, Rande y Nigrán, hasta llegar a Bayona, a 21 kilómetros de distancia de Vigo. La villa marinera de Bayona se encuentra situada en resguardada bahía. Es de origen céltico; gozó en la antigüedad de gran prosperidad comercial hasta el siglo xvii, extendiendo sus relaciones comerciales por todo el golfo de Gascuña hasta la Rochelle. Tuvo fuero marítimo concedido por Alfonso IX, Fué ocupada temporalmente durante el siglo xiv por ingleses y portugueses. De interés para el viajero son sus playas, entre las rocas y arrecifes, donde anidan cientos de gaviotas. El Castillo de Monterreal, con la llamada Torre del Príncipe, que adelanta como vigía sobre el mar con sus altas murallas batidas constantemente por las olas. En los alrededores de Bayona, sobre el monte Silleiro, hay una gran imagen en bronce de la Santa Virgen de la Roca, Patrona de la villa, a la que los marineros y habitantes de Bayona imploran con sus plegarias protección y amparo en sus cotidianas tareas. Abandonamos Bayona, continuando el coche su marcha. — 14 —